Lo que lengua mortal decir no pudo

Jue, 30/08/2012 - 08:03
Cuando se lee a Alfredo Iriarte, se tiene la sensación de haber vivido en otro mundo; aquel tejido en las falsedades e imposturas de la historia oficial; un mundo serename

Cuando se lee a Alfredo Iriarte, se tiene la sensación de haber vivido en otro mundo; aquel tejido en las falsedades e imposturas de la historia oficial; un mundo serenamente resignado a los embustes academicistas de los dueños del poder.

Ofrece el señor Iriarte, sin ser una rigurosa investigación histórica, en el libro: Lo que lengua mortal decir no pudo, una serie de deliciosas crónicas-no solo de Colombia, sino de varios países de la América española- que desvelan los complejos arribistas que nos marcan, la traición de de los oportunistas y burócratas, la entronización en el poder de hijos, nietos y sobrinos que ostentan un mismo apellido, las manipulaciones por parte de las grandes multinacionales y muchos otros más hechos que demuestran la alteración premeditada de esos mismos acontecimientos, convertidos en dogmas sagrados, conforme a intereses mercantiles, políticos y sociales de  los reducidos grupos de poder.

Quizá descontrola un poco saber que no fueron ni nobles ni aristócratas los españoles que  legaron su sangre en nuestras venas; y que de esa monarquía inepta, nobleza holgazana, clero prepotente  y pueblo fanático resultara una España que por siglos marchó a contrapelo del desarrollo y llegados a la segunda década del siglo XXI, aún sostenga un reinado con visos de corrupción y empeñados en matar elefantes. Y seguimos ofrendado flores al monumento de los reyes católicos y enarbolando banderas de orgullo  los doce de octubre: " día de nuestro descubrimiento".

El libro irrita: descubrir como Roma no vaciló en unir la propuesta de Santo Tomás de Aquino-la venta de indulgencias- al aparato  comercial del la poderosa familia Fugger: en las decenas de sus sucursales en toda Europa se vendían las indulgencias a los fieles, descontaban el valor de sus comisiones y gastos administrativos y remitían al papado el valor neto.  No se pueden desconocer las aberraciones de la iglesia a través de los tiempos.

Llegar a las páginas  sobre la gesta emancipadora provoca asombro: la inmensa mayoría de nuestros próceres eran comerciantes, a los que solo les importaba que sus productos tuvieron acceso a un mercado libre y por lo tanto más lucrativo. De ahí que el epítome de “Patria Boba”  incluso llegue hasta nuestros días. Una nación que se esfuerza por camuflar su propia realidad en los dos siglos que han corrido desde entonces no merece otro término.

La revelación sobre la causa verdadera de la muerte de Antonio Ricaurte, copiado literalmente de otro libro que no pertenece a la historia oficial: Diario de Bucaramanga, escrito por el edecán de Bolívar, Louis Perú de la Croix, contradice el heroico sacrificio del prócer. Es un mito que el propio general Bolívar  desmitifica en sus conversaciones de ocio con su edecán francés. Y es aún más doloroso encontrar que nuestro libertador encontrara en los planes de estudio “el origen de todos los males y vicios que aquejan a los jóvenes de la patria”. Cualquier parecido con las iniquidades actuales para batallar contra los movimientos juveniles es mera coincidencia.

Y así, a través de sus 268 páginas vamos encontrando como un presidente colombiano busco vender 75 millones de acres  del territorio a compañías extranjeras; o aquel conservador que propuso anexar el país al coloso del norte; y al dueño del régimen de la regeneración, cuya magna revolución culminó con las estrofas del himno nacional, aquel que hace poco menos de un mes fue declarado el sexto peor de todo el mundo. El cronista nos habla también de la masacre de las bananeras, en donde al pacificador Cortés Vargas, se le premió sus esfuerzos en acabar con la justa lucha de los trabajadores, nombrándolo director de la Policía Nacional. Este  pro-hombre debe unirse a otros más recientes como el general Rito Alejo del Rio o  Mauricio Santoyo.

Poco a poco nos adentramos en otros acontecimientos como la Revolución Mexicana, el calvario de Centroamérica, Bolivia y Paraguay, la guerra atroz del Chaco y los dictadores tan terribles como el calor del trópico: Juan Vicente Gómez, los Somoza y el generalísimo Trujillo. Vale acotar que  la última crónica es un homenaje al libro: El otoño del patriarca. Un libro que en su momento fue atacado  por las sombras sacrosantas de los “Cuervo y Marroquín” y considerado vacuo, caótico, pedante y mal escrito. Y hoy asombra por su meridiana claridad, la certidumbre de su mensaje y su insoslayable contemporaneidad.

El libro es solo la recopilación de varias columnas del autor, publicadas en el diario El Tiempo. Lector apasionado de historia, Alfredo Irriarte nos enseña que la alteración de las verdades  sobre los hechos  acaecidos en tiempos pasados es una forma de oprimir a los pueblos; como el mismo lo dice: “No hay duda que el engaño y el fraude son instrumentos de opresión.

wica08@yahoo.com  
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