Las amenazas siempre han sido parte de mi trabajo. Generan una extraña tensión a la que le he llegado a sacar el gusto. Sé que lo más probable es que mi vida acabe regada en el asfalto; eso, si estoy de buenas. En la otra opción no pienso mucho, pero también he llegado a plantearme la posibilidad de morir apaleado y torturado como en la película esa en la que crucifican al muchacho barbado. Yo, la hemorroide inflamada y purulenta que le salió en el culo a esta democracia hasta hacerla sangrar. Que la hizo sufrir quiragras de dolor, tanto que terminó haciéndose inaguantable, hasta el punto en que decidió doblarse cual contorsionista, hurgarse el orificio y arrancarse ella misma el mal de un mordisco. Coherente y muy bien merecido el único final posible para un tipo como yo en un país como este, del cual no pienso salir jamás.
La primera amenaza de mi carrera fue hace ya varios años. Vino, creo yo, de una fiscal a la que denuncié por haberse amangualado con unos funcionarios públicos que estafaron a un grupo de estudiantes que participaron en un proyecto de educación estatal. Eran las épocas de Uribe, donde todo se hacía y se permitía: chuzar, torcer, ofrecer y recibir. Nada les pasó a los funcionarios y las entidades fueron absueltas. No me llovieron las balas, porque el único que terminó resentido fui yo, viendo cómo los hampones se me cagaban de la risa en la cara.
La segunda vez no fue hace mucho. Durante los procesos que llevé por parapolítica y farcpolítica, algunos senadores a los que apoderé me recomendaron pedir seguridad. Después de contrainterrogar a Don Berna, a Báez, a Julián Bolívar, entre otros paramilitares a los que les di duro en las audiencias, pude percibir que ellos eran muy conscientes de quién era yo y de cuál era mi trabajo. Creo que terminamos apreciándonos mutuamente, hasta el punto que llegó a conmoverme su actitud de depredadores resignados a vivir su vejez entre barrotes, como leones tristes en un zoológico. No me quedó duda: esas fieras se habían vuelto vegetarianas.
Terminado el proceso de farcpolítica que le montaron al senador Luis Fernando Velasco, denuncie públicamente a Gustavo Adolfo Muñoz Roa, quien a través de la fundación Esperanza para la Paz de los Secuestrados, acopió falsos testimonios para encochinar políticos que iban en contra de esa dictadura uribista que llenó este país de fosas comunes hasta dejarlo convertido en un queso gruyer. Recibí las amenazas sin sorprenderme, pues desde que le abrí la boca a los micrófonos las vi venir. Esta vez el senador Velasco, frentero y transparente como es él, me dijo: “Mira Daniel, no solo no te quiero perder como amigo, sino que si me matan a mi abogado quedo jodido. Haceme caso esta vez, no seas güevón, vos tenés que pedir seguridad”.
Le hice caso y la pedí, hablé con Andrés Villamizar de la unidad de protección, a quien se le hizo muy grave la situación, dijo que me iban hacer un estudio que concluyó que no veían necesario protegerme y a los pocos días salí del recinto con una palmada en la espalda y un manual de seguridad en la mano que parecía una revista de Condorito.
Este año, la Corte Suprema de Justicia le compulsó copias a Armando Lugo alias ‘el cabezón’ uno de los falsos testigos con los que la cúpula paramilitar pretendía armarle el cajón a Velasco, obedeciendo órdenes del presidente caballista que aún hoy sigue relinchando. La primera vez que lo vi, lo tenían en la cárcel de Armenia y lo interrogué en la sede del tribunal de esa ciudad. A su apodo toda su existencia le hacía reverencia. No podía creer que ese ser pequeñito, con cabeza descomunal, de mirada melancólica, diálogo pausado, vivaz y precavido, era el mismo paramilitar del Bloque Calima, confeso de masacres y homicidios múltiples. A ese mismo lo denunciamos por extorsión, cuando desde la cárcel le exigió 50 millones al senador Velasco, por callarse todas las mentiras que terminaron develándose durante el proceso ante la Corte, que concluyó con la justa y merecida absolución del senador y la compulsa de copias a la Fiscalía para que investigaran a don Cabezón por falso testigo. El proceso iba a seguir hasta el juicio. Sin embargo, en la audiencia de acusación yo hablé con la defensora y con el imputado, y les aconsejé que aceptaran cargos y se ganaran la rebaja. Lugo me escuchó y aceptó los cargos no sin antes haberle ofrecido disculpas al senador.
Cuando la Fiscalía inicia el proceso en contra del ‘cabezón’, por las falsedades que le juró a la Corte y me hago parte en el mismo representando al senador como víctima, al salir de la sala de audiencias, se me acerca semejante paraco sanguinario y me amenaza. Me dice que yo no soy un tipo serio, imaginándose que yo había iniciado el proceso, sin entender que yo estaba ahí por un llamado de la Corte. En la siguiente audiencia lo carié frente al juez, dejé la constancia y ni él ni yo nos quitamos la mirada de culo durante toda la audiencia. A los medios les dije lo mismo que digo ahora: ‘Hasta el final voy a seguir el proceso, buscando la condena, sin agacharle los ojos a ese criminal’.
Ahora empiezan mis escritos a anunciar esa muerte que llevo ya tiempo esperando. El caso Colmenares es el dogma de los talibanes costeños, es el Espíritu Santo que admite todo menos que lo pongan en duda. Lo mataron el par de hembritas y el gomelito, esa es la verdad; es lo único que piden los del grupo Lace, Don Luis, el fiscal speedy ‘el ratoncito’ González y un trozo inmenso de esta sociedad, que bota baba idiota con todo lo que le dicen esos medios de comunicación que ya saben que la cagaron. Don Luis y su combo exigen SU verdad. Esa que está tan lejana del material probatorio. De la cronología de los hechos, de los postulados de la razón y la lógica. La verdad de los Colmenares, en la que todos creen, va en contra de todas las pruebas técnicas, de los peritazgos a los automóviles, de las llamadas a celular y del estudio de las celdas de ubicación de los mismos, de los informes del nivel del agua en el caño. Esa verdad que está pegada con babas, pero que es la única que admiten, es para ellos una idea obsesiva y compulsiva. Blasfemo su creencia de ojos vendados, al decir que no existe un solo testigo de los hechos más allá de los que resultaron chimbos, que no hay homicidio alguno en el expediente, ni en la autopsia, ni en ningún lado. Sienten que me cago en el Evangelio de su fe al concluir que no hay nada de nada, salvo el chorrero de cinta de las cámaras de los noticieros y las volquetadas de micrófonos destemplados que se han desperdiciado durante todos estos años. Y por eso me quieren matar. Luis Alonso Colmenares y sus compinches me quieren matar.
Primero llegó un insulto a mi pagina web al que no le puse atención:
“Papi quiero q sepas q eres un perro ignorante ese artículo de kien y ke métaselo por el culo a su mama y a su hija hermana si tiene perro malparido”. (sic)
Después, el sábado en la tarde, me llega el siguiente mensaje de texto:
“Ahora si ke re marika vaya a meterse al rancho de su puta madre si no kiere ke lo mande a pelar suerte y muerte puta de mierda”. (sic)
El pensar que el texto me había llegado al celular, me calentó tanto que intenté dos veces devolverle la llamada y aunque era claro que lo había hecho desde una Sim NN que el tipo debió haber tirado a la calle después de enviarlo, le respondí el mensaje de forma sutil y en términos comedidos:
“Hágale perro hijo de puta. Me limpio el culo con su gran puta madre y con todos los perros que lo acompañan gonorrea de puta mierda”.
Me sentí bien. Cuando vea el artículo publicado, más agradable va a ser la sensación porque ahora si sé que el cabrón que me amenazó va a poder recibir mi mensaje. Pedí nuevamente protección, no sé con qué van a salir esta vez en la unidad. No creo que les interese proteger a un escritor tatuado que se dedica a putear senadores, fiscales y procuradores. Quién quita, quizá yo soy esa frontera hasta donde le es permitido llegar a la libertad de expresión en esta sociopática sociedad de carniceros. Por ahora me transporta Don Uber, mi leal conductor y escolta desde hace años, que aunque anda armado no puede él solo prevenir una lluvia de ráfagas. En la revista ya tienen los artículos que escribí el año pasado, y los otros cinco que sobre el caso también habrán de publicarse durante este año, mi editor tiene ya el manuscrito de mi segunda novela 9-11 en el Virrey, que habrá de salir publicada durante el juicio. Entonces, lo único que puedo decirles a todas esas caspas que me tienen en la mira, es que ni porque apunten bien me van a poder matar, porque así se muera, este zombi habrá de levantarse de su tumba para hacerlos chillar.
Luis Alonso Colmenares y sus compinches me quieren matar
Lun, 02/09/2013 - 01:31
Las amenazas siempre han sido parte de mi trabajo. Generan una extraña tensión a la que le he llegado a sacar el gusto. Sé que lo más probable es que mi vida acabe regada en el asfalto; eso, si es