No más manías

Jue, 19/10/2017 - 02:25
Los maniáticos son personas que deben sufrir mucho. Los compadezco, yo mismo tuve una manía y los chinos me la quitaron. Y les estoy muy agradecido. Tenía la manía de averiguar en dónde estaba fa
Los maniáticos son personas que deben sufrir mucho. Los compadezco, yo mismo tuve una manía y los chinos me la quitaron. Y les estoy muy agradecido. Tenía la manía de averiguar en dónde estaba fabricado cualquier objeto, los cubiertos con los que comía, la herramienta que empleaba, la ropa que compraba. Desde que la globalización se apoderó del mundo, me resultaba sugestivo averiguar en dónde estaba hecho todo. Y aquella manía -lo tengo que admitir-, me descubrió un universo inesperado. Recuerdo un día en que un pantalón deportivo que vestí por la mañana venía de Mongolia; las bermudas que me puse luego, de Bangladesh y la camisa acompañante, de Vietnam. Aquella manía me llevaba a imaginar a unos trabajadores exóticos laborando en condiciones más que lamentables para que yo pudiese cubrirme al otro lado del mundo. En cierta ocasión que le compré unos zapatos de marca a mi mujer, su procedencia me llenó de indignación. ¡Cómo, esta suela con unas tiritas de cuero vale todo eso y viene de India! Eran unas bonitas sandalias de tacón, pero uno trata de desprestigiar el producto para darle más valor a su dinero. Ustedes me entienden, es un viejo truco. Y es que efectivamente, yo sabía en qué condiciones trabajan en algunos lugares del Tercer Mundo, y más concretamente en India, los operarios que lo hacen para grandes firmas. Los he visto que viven, laboran y duermen debajo de una mesa. Y luego, el producto de aquel sudor de esclavos se expone en los escaparates de las grandes avenidas de las capitales del mundo a precio de oro. Decía, que gracias a los chinos ya no tengo esa manía. No me hace falta comprobar el origen de nada. Ya no sufro por los obreros del Tercer Mundo, los chinos les quitaron el trabajo. Ahora se mueren de hambre igual que hace años, pero no tienen quién explote su miseria. Si compras un exprimidor de naranjas, una plancha o un televisor ya sabes quién lo hizo, aunque la marca sea norteamericana o europea. Si compras el inventario completo de Sergio Stapansky que narra León de Greiff en el famoso relato: una faca, una pipa, una sambuca, una muñeca que llora, un anillo de hojalata, todo lleva el sello Made in China. Un buen amigo, embajador muchos años de España en Pekín, me contaba que, en una conversación con el más famoso economista chino de los años 90, le dijo que la visión que se tenía del mundo en la cúpula del poder del gigante asiático era la siguiente: Estados Unidos, a la cabeza de la alta tecnología, China, la fábrica del mundo y Europa, un museo. Pues parece que van por buen camino. Y digo esto porque en estos días se celebra el XIX Congreso del Partido Comunista chino en el que se consolidará el poder del actual presidente Xi Jinping durante los próximos cinco años. Sí, es cierto que el hombre habló de proteger el medio ambiente y esas cosas tan correctas políticamente, pero fue a lo suyo: China será la primera potencia mundial en 2035 y para eso los chinos tienen que seguir trabajando al ritmo que llevan y seguir fabricándolo todo. Esto me llena de tranquilidad. Además, los norteamericanos con el siguiente período que reelijan a Donald Trump, y con que se busquen luego otro candidato igual de estrambótico para los dos períodos siguientes, los chinos no tienen que esforzarse demasiado para ser los primeros. Por cierto, una anotación al margen. Xi Jinping se soltó un discurso de tres horas, pero lo que me llamó la atención no fue la duración de la pieza oratoria sino la resistencia de la traductora para sordomudos que, en un rinconcito de la pantalla, estuvo moviendo los dedos, las manos y los brazos durante todo ese tiempo sin descansar. Una heroína, con gente así tienen que ser los primeros. Yo estoy muy contento con todo esto. Ahora lo único que vendrá de fuera son los niños que, como siempre, seguirán viniendo de Paris.
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