Sin duda Colombia se aproxima a una coyuntura que podría lanzar al país a un sinnúmero de oportunidades, resultado de la firma de un pacto de paz con la guerrilla de las FARC que fortalecerá la posibilidad para procesos similares con el resto de grupos armados ilegales. El panorama para buena parte de los comentaristas parece figurar una nueva era de crecimiento y prosperidad común. Sin embargo, en estos momentos de aparentes alegrías venideras caben las preguntas incómodas basadas en las evidencias observadas, preguntas que tienen de fondo una negligencia no aceptada por las instituciones oficiales: ¿Es deseable que los líderes guerrilleros tengan la oportunidad de hacer política?, ¿es la política como posibilidad de ejercicio para los líderes guerrilleros una solución para el país o un problema nacional que se incrementará en la medida de su acceso?, las causas de estas cuestiones son tan conocidas como que se han venido instalando en la mentalidad colombiana al estilo de un "mal necesario" o peor aun, un mal imposible de transformar.
Aristóteles consideraba injusto todo Estado que se ocupara más por sus propios intereses que por los de la sociedad en su conjunto. La evidencia colombiana habla de un Estado ostensiblemente cerrado sobre si mismo y sus intereses, un Estado autónomo en el enfoque de Kaplan, que vive un proceso de distanciamiento de la sociedad en razón de las obligaciones que se fija, la especialización que estas reclaman y la complejidad que encarnan, así como, habría que añadir en nuestro caso, por los premios que este otorga, una clase política enfocada en el intercambio, en la transacción explicada en el bienestar de la sociedad pero hecha realidad en el beneficio grupal, de segmentos poblacionales que tienen una relación de dependencia con las instancias oficiales.
En Colombia hablamos de la política como "mermelada" para obtener aprobación parlamentaria, entidades cedidas a los partidos y sus integrantes, puestos, políticos graduados de gerentes públicos que saltan de entidad en entidad como si ello no exigiera más que el dedo arriba del presidente. La política nuestra es clientelismo. Nepotismo, el hijo, el nieto, el sobrino de la figura política de hace décadas recibiendo los cargos de responsabilidad, indicando que se trata de un tema de herencias. Las practicas parlamentarias vergonzosas, sus viajes de "trabajo", sus ausencias en los debates, la mano estirada a cambio de votos, sus altos sueldos que no alcanzan para combustible, sus apartamentos pagados por el erario, su pereza para asumir debates serios. La vergüenza electoral de las chuzadas, de las prácticas sucias para superar al adversario, mintiendo, atacando con falsedades, engañando al país, haciendo la política con los odios enconados de sus traumas personales. Los alcaldes administrando sin los conocimientos y experiencia necesaria, tomando decisiones caprichosas, en los territorios sus fiestas municipales que no dejan de recordar al "pan y circo" romano. ¿En serio queremos que los guerrilleros o los paramilitares lleguen a la política?. La situación obliga renovar y limpiar la política en serio y evitar que la paz nazca muerta.