Por el ardor de las quemaduras

Mié, 25/04/2018 - 04:54
Más allá del literal efecto de calor sobre otra superficie, de las siempre lamentables cifras que dejan los fines de año cuando (a pesar de las campañas) permanecen los oídos sordos a la prevenci
Más allá del literal efecto de calor sobre otra superficie, de las siempre lamentables cifras que dejan los fines de año cuando (a pesar de las campañas) permanecen los oídos sordos a la prevención del uso de la pólvora, mucho más importante que quienes continúan sin definir si entraron o no al Congreso por el 0,03 por ciento que falta por escrutar, las quemaduras a las que me refiero nos causan llagas a diario y no lo sabemos. De la primera que hablaré apareció luego de la diversión en piscina en una salida de fin de semana. Todos en el trabajo miramos a quien la sufrió y luego de la obvia cascada de comentarios, vino la preocupación por su extremo enrojecimiento. Muy preocupado por la situación y aprovechando que estábamos cerca de un punto de venta de medicamentos de una reconocida caja de compensación familiar pasamos a preguntar por una crema hidratante que, tras un baño empezara a devolverle normalidad al enrojecido rostro de mi compañera. En mis manos tomé el frasco que, diferenciado con colores, marcaba las distintas bondades de la crema y sin mayor observación pagué. Pero cuando se lo iba a entregar a la víctima de la quemadura caí en la cuenta de un error mío, porque leí en la referencia algo distinto a lo que esperaba ver: “extra humectante”. Entonces fui al estante y comparé y no puedo decir con certeza si la marca cambió los colores o yo recordaba mal el color. No habían pasado dos minutos de la compra cuando le dije a la cajera que no llevaba la referencia que necesitaba y de inmediato ella sentenció: “si la va a cambiar no le puedo devolver dinero, si vale menos”. No quise discutir, entregué la crema que sí necesitaba y, preciso, costaba $ 1.400 menos. Salomónica, la cajera me dijo que buscara otro producto de ese precio, unos dulces, por ejemplo. Encontré unos chicles de $ 1.300 y perdí los otros $100. Con semejante pérdida creció la inquietud de lo que sucedió y por eso le consulté al doctor Juan Camilo Mendoza, asesor jurídico del área de derecho comercial del Consultorio Jurídico de la Universidad del Rosario, quien con la amabilidad que lo caracteriza me explicó varios aspectos que comparto con los amables lectores:
  • En primer lugar, los comerciantes o sus vendedores no están obligados a cambiar los productos. Si lo hacen es por voluntad propia, porque les puede representar una forma de satisfacer a los clientes. Por eso, antes de cerrar cualquier negocio, si tenemos alguna duda, debemos preguntar si está abierta la posibilidad de cambiar.
  • Aclara el doctor Mendoza que si los comerciantes aceptan los cambios, no pueden condicionarlos a nada. Para el caso, no me podían obligar a llevar otra cosa que completara el valor de la compra inicial.
  • La posibilidad de retractarse de la compra solo es una prebenda para los nuevos medios de compras (Internet) que no permite al consumidor observar el producto y probarlo antes de haber pagado. Es decir, en compras en almacenes, cara a cara con el vendedor, no existe la posibilidad de echar para atrás la negociación si ya he pagado.
Y a las enseñanzas del abogado le agrego yo otra que resuelve la duda que –estoy seguro-  ronda por la cabeza de quienes me leen: no es exagerado pensar en reclamar, ni siquiera por $ 1.400. Las cifras no deben marcar la posibilidad de que exijamos nuestros derechos como consumidores, en especial cuando muchos comerciantes se han acostumbrado a ese “redondeo” para tener más ganancias sin prestar mejor servicio. La norma indica que deben dar las vueltas (el cambio) exacto, pero todos nos acostumbramos a aproximar al múltiplo de 100 perdiendo. La noticia es que existe el concepto de la Superintendencia de Industria y Comercio que indica lo contrario: si no hay cómo dar las vueltas exactas, el redondeo debe ser en favor del cliente. Y si hay una norma que dice eso, es porque estamos hablando de pequeñas cifras. Dejar de lado 25 pesos, 100 pesos, a veces 200 y hasta 500 es contribuir a que estemos perdiendo y lo que pierde el consumidor es ganancia abusiva de la contraparte. Eso creo que a muchos nos arde, tanto como las quemaduras de las que empecé hablando. @jgiraldo2003
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