Por el placer de viajar

Lun, 12/10/2015 - 08:07
Quiero aclarar que con este y otros post no quiero incitar a nadie a que viaje como yo, ni tampoco señalar a quienes nunca lo han hecho. Sólo es un bosquejo de lo que han significado los viajes en m
Quiero aclarar que con este y otros post no quiero incitar a nadie a que viaje como yo, ni tampoco señalar a quienes nunca lo han hecho. Sólo es un bosquejo de lo que han significado los viajes en mi vida y cómo me han transformado, enriquecido y hecho más soñadora. Para mí, cada viaje ha sido totalmente diferente. Ecuador, Argentina y Uruguay han sido testigos de mis pisadas. Esta vez Perú y “cortica de presupuesto” diría mi papá. Perú, como muchos lugares de Colombia, es un país de contrastes. Lima me recibió de noche, la iluminación del centro era majestuosa, el frío también. No viajé sola. Comenzamos a caminar, caminar y llegamos a una fiesta en la calle (una pollada). La disfrutamos un rato, tomamos fotos como buenos turistas, hablamos con la gente, movimos tímidamente nuestras piernas para no enfriarnos y porque se nos salía el ‘sabor’ colombiano, las ganas de bailar. Al rato, con maletas al hombro fuimos a buscar algo de comer, luego al terminal, la gente nos había dicho que toda la noche salían buses, fue mentira. Llegamos sobre las 11:30 p.m. y el siguiente bus salía a las 3 a.m. No importó, lo compramos. Dormimos en el terminal. Nos turnamos para cuidar las maletas. Siguiente parada Ica, a 4 horas de la capital, el desierto nos recibía majestuoso. Un sol intenso. Allí pagamos un tour que se nos consumió casi todo el dinero que llevábamos, pero valió la pena. Luego Paracas nos deleitó con sus focas, pingüinos, leones marinos, con su majestuoso mar y sus historias de dibujos sobre la arena que ni el viento de cientos de años ha podido borrar. Los carros areneros que van a más de 160 km/h es otra de las cosas que allí se puede hacer. La adrenalina se siente a flor de piel, el paisaje es testigo de gritos, de motores rugientes, el viento despeinaba mi pelo, la arena inundaba mis zapatos. Literalmente me sentía “sucia”, desagradable, pero poco a poco entendí que eso era parte del viaje. Siguiente parada Arequipa, yo estaba ansiosa por conocer la segunda ciudad más importante de Perú, la ciudad blanca. Muy tranquila. Para mí el tiempo se detenía. Sabía que las horas pasaban por que el sol comenzaba a meterse entre las montañas. Los paisajes verdes, los volcanes, nevados, las historias de personajes reconocidos en la historia Arequipeña nos acompañaron. La comida deliciosa, desde que comenzó el viaje. La cerveza arequipeña, ligeramente parecida a la águila de Colombia. Siguiente parada Qusqu, Qosqo en quechua. Al español, Cusco. Nos dirigimos al terminal. Compramos nuestro tiquete, esperamos 2 horas. Viajamos en bus-cama, dos pisos. Cobija, almohada, televisor individual, cena y desayuno a bordo. Nos comenzó el “joroche”, 3400 metros sobre el nivel del mar. Entendí por qué hacen gorritos. Estrené el mío. En el día era feliz con camisa de tiritas, con gafas de sol. En las noches las rodillas, los deditos se me congelaban al caminar por las calles empedradas, empinadas también. La plaza de mercado, enclavada en medio de una calle y una iglesia muy deteriorada. Muy económica. El almuerzo completo 5 soles (5 mil pesos colombianos). Diversidad de olores, colores, rostros. Nuestra cómplice. La forma de ahorrar dinero, pero comer bien. Siguiente parada Machu Picchu…
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