“El erotismo es la pornografía vestida de Dior”
Luis García Berlanga
Una de las grandes virtudes de la literatura es crear mundos paralelos donde caben todas las inimaginables aventuras; personajes con preocupaciones, pasiones, temores y locuras; o recrear fantasías que exalten nuestros instintos naturales como el sexo, el erotismo o la pornografía. El sexo ha estado desde siempre representado y a nuestro alcance en pinturas, fotografías, el cine y el internet; pero en la literatura aún provoca cierto pudor y vergüenza. Basta ir a cualquier librería o biblioteca y es en los estantes bajos o escondidos donde encontramos la narrativa erótica. Sera por eso que aún la leemos debajo de las cobijas, con las manos entre las piernas y a media luz.
A caído a mis manos un libro de sexo y erotismo: Días de porno, Historia de la vida breve del porno en Colombia; de editorial Planeta. Unas letras excitantes llenas de gemidos, personajes, datos e historia sobre la pornografía en Colombia. Su autor, Simón Posada Tamayo, nos lleva con una muy buena pluma por las memorias de los cuerpos que han desfilado, no solo en Colombia sino en el mundo, por revistas, videos, libros y la red en el siglo XX. En sus 240 páginas recorremos la vanidad del placer, la plenitud de las formas sensuales y la lujuria que despierta leer o ver una mamada, unas tetas tallas 36 d, una escena de beso negro, un pene de 37cm de largo, una eyaculación femenina o una lluvia dorada.
La literatura erótica afirma los derechos de la carne a ser expresados con plena libertad; pero existe una diferencia entre obras con pasajes eróticos (El muchacho persa, de Mary Renault; Armand el vampiro, de Anne Rice ó El beso de la mujer araña, de Puig); de las obras cuyo eje central es el sexo (120 días de Sodoma ,de Sade: Cómeme, de Linda Javin o Las edades de Lulú, de Almudena Grandes). No hay que olvidar que en literatura la pornografía va coligada al erotismo y la obscenidad; en la primera se describe en forma llana los placeres carnales, en la segunda se asocia ese placer con algún sentimiento y la tercera es la de las palabras sucias, los actos sumisos y dolorosos, las posturas no convencionales y la vulgaridad. Es ya una vieja discusión cual es el punto divisorio entre los tres; polémica que solo la resuelve la óptica de quien lee: para lo que unos es sutileza, para otros es escándalo. Si el pasaje final de La regla de tres de Antonio Gala, donde se nos describe con rudeza explicita el sexo entre dos hombres bisexuales, lleva al lector a una excitación sexual que lo conduzca a otros placeres solitarios u acompañados, esta obra será erótica para él, así el sexo solo sea tema ocasional en su casi doscientas páginas.
Entre la literatura erótica Colombiana un nombre se destaca: Hernán Hoyos; un caleño que escribió, editó y publicitó el mismo sus obras en la década de los setenta. Sus novelas se basan en las costumbres sexuales de los colombianos; son escritos basados en la vida real. Y aunque Hernán, según nos lo cuenta nuestro buen amigo Simón, se considera más un escritor costumbrista y no pornográfico, surge la pregunta sobre la validez de describir en un libro de manera explicita todas las posturas, maneras, formas y tamaños de una relación sexual; el sexo es una materia que en pleno siglo XXI aún está enmarcada por los valores de la religión y de las sociedades; a veces la liberalidad en sus temas, vocabulario y lenguaje contradice las normas de decencia, moral y buenas costumbres que se pretenden conservar; obras como la magnífica Lolita de Nabokov, por ejemplo, ha sido vilipendiada a tal punto que su titulo ya se asocia con la pederastia.
“En el octavo día, Dios hizo el porno”, es la primera frase del primer párrafo del libro de Posada que incita a continuar leyéndolo; a seguir caminos no por vedados menos claros o serenos, porque como acota Octavio Paz con referencia al sexo: “Todos los actos eróticos son desvaríos, desarreglos; ninguna ley, material o moral, los determina. Son accidentes, productos fortuitos de combinaciones naturales. Su diversidad misma delata que carecen de significación moral. No podemos condenar unos y aprobar otros mientras no sepamos cuál es su origen y a qué finalidades sirven. La moral, las morales, nada nos dicen sobre el origen real de nuestras pasiones (lo que no les impide legislar sobre ellas, atrevimiento que debería haber bastado para desacreditarlas”.
Ese es el riesgo de Días de porno en un país de moral soterrada como Colombia. En una nación donde sus dirigentes aún enarbolan cruzadas que aseveran la imposibilidad de comprobar violaciones, religiones que aceptan las caricias y la penetración entre personas del mismo género siempre y cuando sea escondido y de “closet”; procuradores que queman libros o revistas de tema pornográfico, educadores que no tratan el tema de los condones en sus clases de educación sexual y presidentes que piden aplazar “el gusto sexual; leer un libro abierto y didáctico- contiene un diccionario- sobre el porno, nos hace tomar conciencia de nuestras propias intenciones, tentaciones y sentimientos que podrían haber quedado de lado, abandonados a su suerte, innominados, silenciados.
Alberto Salazar
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