
Conocí a Santiago Cruz hace 16 años, cuando todavía el país no terminaba de descubrir al hombre detrás del artista. Un año después, lanzó Cruce de Caminos, el disco que cambió su historia y también la nuestra. No exagero al decir que en sus letras muchos encontramos una forma de entender el alma, de sentir la vida y de sanar el dolor.
Desde entonces he sido testigo de su evolución, no solo como compositor o intérprete, sino como ser humano. Hoy, más que un artista, Santiago es un alma en permanente intento de ser mejor. Así se define él mismo. Y esa frase, lejos de sonar a lugar común, lo retrata con una honestidad desarmante.
En esta conversación íntima para Kién es Kién, Santiago se abre desde la raíz. Habla del amor propio, de los vacíos que dejó la ausencia paterna, de las heridas que supo transformar en canciones, de la noche, de los excesos, del clic que lo llevó a renacer y de la coherencia como principio de vida. También del poder de la palabra, de la música como herramienta de gestión emocional, de la espiritualidad, la paternidad y la familia como su verdadero lugar seguro.
Santiago no esquiva los temas difíciles. Los abraza. Los convierte en versos. Y lo más admirable es que lo hace desde la conciencia de que sus canciones dejan huella: energética, emocional, generacional. En medio de una industria que muchas veces impone fórmulas, él insiste en escribir desde lo que quiere decir, no desde lo que otros quieren oír.
Hoy celebramos juntos los 15 años de Cruce de Caminos, ese disco que transformó su carrera y también la manera en que muchos sentimos la música. Esta entrevista no es un reencuentro con un invitado, sino con un amigo. Con un ser humano que, sin pretensiones, deja un mensaje poderoso cada vez que habla, canta o escribe: sí se puede transformar el dolor en amor, la caída en camino, la vida en canción.