Benvenuto Cellini

Mié, 13/02/2013 - 00:00
La rápida avalancha de entusiasmo por las artes que inundó la Italia del Renacimiento exigió de los artesanos antes dedicados a la fabricación de austeros ropajes, adornos hogareños y herramienta
La rápida avalancha de entusiasmo por las artes que inundó la Italia del Renacimiento exigió de los artesanos antes dedicados a la fabricación de austeros ropajes, adornos hogareños y herramientas para la agricultura que incluyeran a su oficio, muchas veces sin dejar el anterior, la fabricación de flautas, violas y violines, atriles, caballetes, lienzos, cinceles para la escultura y óleos de aceite de hígado de aves. Como resultado, no pocos son los casos de hijos o nietos de tales artesanos que crecieron en talleres provistos de todo lo necesario para armar desde una armadura de paladín hasta un cuarteto de cuerdas, y que por tanto no tuvieron que elegir entre las bellas artes, las duras o las bajas, pudiendo dedicarse a todas a la vez. Benvenuto Cellini fue herrero, flautista, orfebre, escultor, compositor, carpintero y poeta, ocupaciones que turnaba religiosamente con el trago, la pelea y la consiguiente fuga mientras el pueblo olvidaba sus estragos. En uno de tales escapes, a Roma, decidió quedarse un tiempo más largo aprovechando la demanda de piezas de platería a las que ya les había cogido el tiro. Hizo candelabros y jarrones que vendió muy bien, y que llegados a manos del Obispo de Salamanca, le valieron el encargo de un medallón de oro ilustrando la leyenda de Leda y el Cisne que obtuvo la aprobación del Papa Clemente VII, que lo invitó a formar parte de los artesanos de su corte, puesto que Cellini cambió por el de flautista de la corte. Pero los problemas, junto con sus violentas soluciones, vendrían a alcanzarlo a Roma, y a cargar cinco asesinatos a su nombre. El primero de ellos lo cometió en venganza del ataque propiciado a su hermano por un noble romano, a quien Cellini asesinó, iniciando una cadena de venganzas que habría de parar cuando Cellini diera muerte a tres parientes más. Después de haber conseguido un furtivo perdón papal debido a su favor con éste, Cellini volvió a su estudio a concentrarse en su orfebrería. Pero el fornido y atractivo cuerpo de su ayudante, Pompeo, no lo dejaba concentrar, impaciente por el momento en que su admiración sería correspondida por el efebo. Una tarde, sin embargo, Cellini regresó a su casa y encontró a Pompeo en cama con su esposa, a quien acuchilló por traidora sólo después de haberle obligado a presenciar la muerte de su amante por obra del mismo cuchillo. Entonces Cellini tuvo que escapar a Nápoles un tiempo, y con una conjunción de suerte y favores debidos, logró de nuevo el perdón papal. Sin embargo, la maniobra despertó la intolerancia de sus viejos y numerosos enemigos, que se dedicaron a sabotearlo e inculparlo hasta que lograron meterlo preso, acusado de robarse las piedras preciosas de la tiara papal. Unos meses después salió inocente Cellini, y se mudó a París, cosa de evitar ulteriores conflictos. En París, en la corte de Francisco I, Cellini hizo algunas de sus mejores esculturas, pero los celos de los artistas parisinos y la imposibilidad de sacárselos de encima con la espada, como podía hacer en Roma, terminaron por hacerlo mudarse Florencia, donde estrenó la remodelación de la plaza central con sus mejores esculturas, que aún siguen allí. Mientras tanto preparó otras esculturas, de grane escala y a la manera de Donatello, que irían a parar al museo vaticano después de rondar por varias ciudades de Italia en manos de mecenas y nobles recientemente aficionados a su obra. La historia cuenta que la red de intrigas y robos que rodearon a sus esculturas, mantenida tanto por sus detractores como por sus admiradores, tomó proporciones absurdas, y alcanzó a llegar a oídos del nuevo Papa, que sin embargo no se mostró tan favorable con Cellini como el anterior. El problema con estas y demás historias a cerca de su vida, incluidos los cinco asesinatos romanos, es que nos han sido relatadas por el mismo Cellini, autor de una extensa autobiografía que es uno de los documentos más completos sobre la vida pública y privada que nos quedan del Renacimiento. Sus lectores más atentos durante los últimos cuatro siglos concuerdan en que la imaginación de Cellini, mezclada con sus dotes narrativas, son responsables de más de un episodio apócrifo, que aunque pudieron haber pasado por la mente de Cellini en el momento, de seguro nunca llegaron a concretarse. Pero más allá de la exactitud o realidad de los hechos, la obra de Cellini es verdadera en sus intenciones, en su lenguaje y en su mirada de ese animoso renacer de los italianos, y aunque es cierto que conocemos a Cellini mejor que a muchos de sus contemporáneos dedicados igualmente a los más variados oficios, no es menos cierto que la obra de Cellini, que hoy sigue en las plazas y museos, se cuenta entre las más valiosas de ese siglo abundante en sabios y maestros de las artes.
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