Enrique Santos Castillo

Jue, 25/11/2010 - 00:03
A Enrique Santos Castillo la desinformación lo volvía gago, en ocasiones, cuando detectaba un error salía de su oficina gritando con dificultad  cada sílaba que componía el nombre o apodo del re
A Enrique Santos Castillo la desinformación lo volvía gago, en ocasiones, cuando detectaba un error salía de su oficina gritando con dificultad  cada sílaba que componía el nombre o apodo del reportero. Exigente y perfeccionista fue el maestro de dos generaciones de destacados periodistas. Su genialidad para el periodismo es recordada por todos los periodistas y colaboradores que estuvieron con él durante cincuenta y seis años en El Tiempo, a donde llegó por herencia familiar. De niño, su papá, Enrique Santos Montejo, lo llevó en algunas ocasiones a la planta del periódico, aquí, como el mismo lo escribió se sorprendió viendo como las letras se convertían en información, fue su primer contacto con la prensa. Durante la época que estuvo como jefe de redacción y editor general del diario se convirtió en testigo y escritor de la historia colombiana a finales del siglo XX. Su genialidad para el periodismo le permitió desde muy joven comenzar como jefe de redacción, nunca fue reportero raso. Su olfato periodístico era tan agudo como el de un perro cazador, siempre detectó la esencia de la noticia, tituló y capó textos como mago, y leía contenidos en tiempo record. La dedicación también fue otra de sus cualidades, estuvo pendiente de cada detalle, siempre escogió las noticias, las fotografías y el titular. Conoció a profundidad cada sección, estuvo pendiente desde los hechos políticos más importantes hasta los marcadores de fútbol y páginas sociales, además, para él, cada fiesta y reina popular debían ocupar un espacio en la publicación. Recibió el Premio Simón Bolívar a la vida y obra de un periodista,  obtuvo la medalla Guillermo Cano por motivo de sus cincuenta y cinco años de profesión y la medalla Antonio Nariño del Círculo de Periodistas de Bogotá. Se retiró del El Tiempo a los 84 años, semanas antes de su muerte, como si tuviera marcado en el calendario el día que dejó de existir, el 25 de noviembre de 2001. Cambió su entorno noticioso por sus herederos, nietos y bisnietos, resultado del matrimonio con Clemencia Calderón y de sus hijos Luis Fernando, Enrique, Juan Manuel y Felipe. Pasó de ser don Enrique y se convirtió en el Papá Quique.
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