Como todos los poetas que pasan el umbral de la juventud y deciden dedicarse a la poesía de por vida, John Keats tiene una obra temprana, en la que quiso decir demasiadas cosas a la vez, una obra de transición, en la que aprendió a decir las cosas en orden pero olvidó exactamente qué quería decir, y una obra madura, en la que alcanzó al menos a tocar la forma ideal de lo que su propia poesía habría de ser. Lo que hace a Keats un caso único y verdaderamente admirable es que todo lo esto lo hizo meses antes de cumplir veintiséis años, cuando la tuberculosis que se había llevado a casi todos sus hermanos se lo llevó a él también.
De esos veinticinco años de vida, en realidad Keats sólo escribió durante los últimos seis, y sólo publicó durante los últimos cuatro, vendiendo muy poco y recibiendo sin falta pésimas críticas por parte de las revistas especializadas, aunque no por parte de algunos de los poetas más importantes del romanticismo inglés, corriente de la que Keats habría de ser, años después de su muerte, su más preciado representante. Shelley, ya entonces un poeta reconocido, lo defendió desde el comienzo, y en parte fue la razón por la cual Keats no paró de escribir a pesar de su mala recepción.
Los padres de Keats murieron cuando sus hijos eran aún jóvenes, y quedaron a cargo de la abuela materna. Después de terminar el colegio Keats, que no era un aristócrata, fue enviado como pupilo de un apotecario para aprender el oficio, época en que, contrariamente a los deseos de su abuela, se dedicó a estudiar toda la poesía clásica que su formación de clase media le había vedado. El apotecario notaba que Keats pasaba el día entero leyendo poesía y poniendo muy poca atención a sus lecciones, y al ver que ya empezaba a escribir sus primeros sonetos, le ayudó a publicárselos en algunas revistas de Londres. Entonces Keats abandonó el oficio y se mudó a la capital dispuesto a ser poeta.
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Los biógrafos y críticos que mejor conocen su obra insisten en que ya entonces, a los dieciocho años, Keats sentía la necesidad de hacer su obra lo más rápido posible pues ya sentía muy cerca la sombra de la muerte los primeros síntomas de su enfermedad respiratoria. Por eso, recién concluido su primer libro, llamado Poemas, del que los críticos se lamentaron, Keats se dio a la escritura del segundo, llamado Endymion, del que los críticos dijeron a comparación de éste, el libro anterior les parecía fantástico. Para entonces, sin embargo, Keats, ya conocía a muchas de las personas más influyentes y admiradas del mundo del arte, algunos de los cuales le habían ofrecido todo su apoyo. Por eso, cuando la vida en Londres se le hizo imposible a causa de la tuberculosis, Keats se alojó en una mansión al norte de Inglaterra propiedad de uno de esos mecenas que estaban de su parte y allí, trabajando noche y día, terminó su libro de odas, que es hoy una de las obras cumbres de la poesía en inglés, y que contiene las famosas Oda a una urna griega y Oda a un ruiseñor. El libro, sin embargo, no obtuvo oda alguna por parte de los críticos, y sí en cambio una fuerte reacción centrada principalmente en resaltar la falta de educación formal de Keats, su lenguaje burdo, su poco conocimiento de las formas poéticas clásicas.
Pero Keats no tenía tiempo para aparentar subir de clase social y mejorar sus modales en la mesa, porque ya tenía veintitrés años y sabía que no le quedaban demasiados. En cambio, se dedicó a terminar su último libro de poemas, Laima y otros poemas, en los que la muerte, como en su vida, se vuelve la protagonista. Después de terminarlo, un fuerte ataque de fiebre y de tos lo obliga a viajar a Roma, en busca de mejores aires, donde pensaba descansar un tiempo y escribir un nuevo libro que ya tenía en mente. Pero ese libro no alcanzaría siquiera a empezarlo, pues moriría en Roma, en la casa de Shelley, tan solo unos meses después.
La fuente más rica de datos sobre la vida de Keats es su correspondencia con amigos, con su hermana y sobre todo con Fanny Browne, la mujer de su vida que sin embargo, debido a su salud, fue siempre más una enfermera que una novia. Esas cartas, además de ofrecer una impresionante imagen de lo consciente que estaba Keats del valor de su poesía, son también ejemplo de una de las prosas más hermosas y cuidadas escritas en inglés, comparables en calidad a su poesía. En una de ellas, sin embargo, Keats se lamenta ante Fanny de no haber logrado uno de sus principales cometidos, el de hacer ver a los lectores el valor de sus poemas, no por la fama ni por el dinero, sino por hacerlos partícipes de una manera de ver la belleza del mundo que él sabía única. Entonces, casi a manera de despedida, se lamenta: “No he dejado ninguna obra inmortal – nada para hacer que mis amigos se enorgullezcan de mi memoria – pero he amado la belleza de todas las cosas, y de haber tenido tiempo, habría logrado ser recordado”.
Poco sabía Keats que tan solo unos meses después de su sentimental entierro, habría de convertirse rápidamente en uno de los poetas más amados de Inglaterra, y que cada una de sus obras sería rescatada del olvido para siempre.
John Keats
Sáb, 23/02/2013 - 00:00
Como todos los poetas que pasan el umbral de la juventud y deciden dedicarse a la poesía de por vida, John Keats tiene una obra temprana, en la que quiso decir demasiadas cosas a la vez, una obra de