“El día que yo me retire o me pensione quiero salir invicto”. Era la frase que le decía el maestro Carlos Caicedo a uno de sus pupilos: Francisco Carranza.
Caicedo le dio a Carranza varios secretos del quehacer fotográfico durante más de diez años. Caicedo era el fotógrafo principal de ‘El Tiempo’, Carranza hacía sus primeros pinitos en ‘El Espectador’ a principios de los años 70 cuando la competencia entre los periódicos era más cerrada que ahora. Los fotógrafos se conocieron en los Juegos Panamericanos de 1971.
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A Carranza siempre le inspiró un gran respeto el hombre al que nunca le dio miedo disparar su cámara, que analizaba cada detalle y cada movimiento. “Era muy profesional en sus fotos, y siempre buscaba algún reportero gráfico que quisiera competir con él, que quisiera enfrentarlo con los mejores ángulos, buscaba esa persona que lo pudiera superar”, recordó carranza.
“El maestro era una persona muy profesional, disciplinada, siempre estaba pendiente de mi trabajo para darme la mejor orientación y de felicitarme cuando demostraba en mis gráficas que hubo amor y cariño en la foto”, dijo Carranza a KienyKe.com.
Carlos Caicedo junto a su pupilo Francisco Carranza.
Carranza tenía 18 años cuando conoció a Caicedo, de 48 en ese entonces. Antes de recibir su primera cámara Carranza se inspiró en las fotos del maestro para aprender. En el laboratorio de ‘El Espectador’ sacaba tiempo para revisar las instantáneas de la competencia y aprender del trabajo de Caicedo. “El maestro Caicedo sabía diferenciar muy bien la emoción y el trabajo, era hincha del Santa Fé y cuando nos tocaban las fotografías en el estadio y jugaba su equipo siempre mantuvo la calma y la tranquilidad, estaba pendiente de hacer su trabajo y de que nadie se involucrara en su foto porque siempre buscaba ese ángulo que nadie veía”, cuenta Carranza. Lea también: El fotógrafo que inmortaliza el dolor “El maestro salía de vacaciones y siempre andaba con una camarita a todo lado, se iba a la Plaza de Bolívar y buscaba tomar esos instantes que la gente nunca se detiene a ver. Recuerdo que una vez nos mandaron a cubrir la noticia de la caída de un avión de la Aerocivil, nos montaron en un avión para tomar desde el aire la fotografía, me asusté porque nunca había hecho tomas de ese tipo, y me bloqueé, así que el maestro me rapó la cámara y tomó las fotos por mí, fueron las mejores fotografías y las publicaron en primera página, nunca se me olvidará lo que me dijo: ‘Le doy las pautas pero usted tiene que superarse, mijo, busque, mire, analice pero nunca tenga miedo en esto”, recordó Carranza. Carlos Caicedo junto a su hijo Felipe, el único de sus seis hijos que siguió el camino de la fotografía. Francisco se convirtió en su hijo adoptivo. Caicedo, como si fuera su papá, siempre lo llamaba a felicitarlo por las fotografías que veía en ‘El Espectador’. En el año 76 el maestro llevó a Francisco a su casa. “Eso era un honor y privilegio porque el maestro nunca llevaba a otros fotógrafos a su casa y menos de la competencia, pero debo admitir que su experiencia, sus palabras, su exigencia y la disciplina que me inculcó me permitió desarrollarme profesionalmente y como persona”, confesó Francisco. Para Francisco Carranza una de las fotos que inmortalizó al maestro Caicedo fue tomada en 1974 en el América Tenis Club, un torneo del mejor tenis internacional. “La foto es totalmente horizontal, se ve al tenista volar para alcanzar la pelota con su raqueta, hasta el momento esa foto jamás la han superado”, dice Carranza. Después de 48 años de ser tomada está foto, ningún fotógrafo la ha superado. Vea también: Un ángulo distinto de fotografías que marcaron la historia A Caicedo no le daba miedo levantar al presidente de la república para que posara como él quería. “El lugar más remoto para llegar y donde todos veíamos imposible pasar, el maestro lo hacía, pero no porque empujara a todo el mundo, sino la diplomacia con la que manejaba cada situación, parecía que le abrieran paso, era increíble su genialidad”. Los cuatro secretos de Caicedo para capturar una buena imagen eran: “Tener en cuentas los ángulos, la sensibilidad, la caballerosidad y la ética profesional, sobre todo la ética porque el maestro odiaba que los fotógrafos fueran groseros”.