Algo emocionante, excitante y seductor (Parte 2)

Hace pocos días conducía mientras escuchaba por YouTube al filósofo alemán Peter Sloterdijk responder a una pregunta que le hacía su interlocutor chileno sobre si estaba de acuerdo con la tesis de Paul Virilio acerca de la inevitabilidad de la caída vertiginosa y el gran accidente a los que vive abocada la humanidad. Esta fue su respuesta:

“En el siglo XX los grandes accidentes posibles ocurrieron, la pregunta es si se van a repetir… La historia no la hacen los grandes hombres ni las estructuras, la fuerza básica de la historia es el accidente o el error. La banalidad hace la historia.”

Lo que sigue hizo que mis ojos se aguaran:

“La primera guerra mundial estalló porque el conductor del carro en el que estaba el heredero del trono austriaco no recorrió el camino preestablecido. Ya había pasado por donde estaba el asesino que se encontraba en un sitio desde el que no podía disparar. A la distancia se escuchó una explosión y el conductor dio la vuelta pasando por segunda vez por donde se encontraba el segundo asesino y esta vez puso al sucesor del trono y a su esposa directamente delante de su pistola. Es el error el que hace la historia… Un chofer austriaco fue la causa de la Primera Guerra Mundial, todo lo demás es una cadena causal de estupideces”.

Llamé a mi hija y le hablé de mi tristeza. Las palabras del filósofo me llevaron a pensar en todo lo que desató la Gran Guerra. Sin ese error del conductor se habrían evitado millones de muertos, hambre y desolación, como también la Segunda Guerra, el Holocausto, Hiroshima y Nagasaqui…

(Al escuchar de nuevo esa conversación escuché risas entre el auditorio... como cuando se ve caer a alguien y tontamente nos reímos del desafortunado).

Al siguiente día me encontraba mostrando una de las posibles piezas que llevaría a Londres, una versión en cera del torso de La Bachué. La coloqué descuidadamente debajo de una pila de dibujos puestos en lo alto de una escalera. De repente cayó al piso haciéndose añicos. Un descuido causó el accidente que con un mínimo de precaución se habría evitado. Me tomé la cosa con estoicismo y pensé que la obra cobraba un nuevo significado. Ojalá fueran las cosas así de simples en la historia de los hombres, cuánta desgracia nos evitaríamos. 

El accidente es más cercano a la acción que a la silenciosa transformación, tan propia del pensamiento chino, a la que le ha dedicado su atención el sinólogo François Jullien. En un capítulo de su libro “La transformación silenciosa” pone como ejemplo las rupturas amorosas. Dice que “subrepticiamente, la brecha apenas esbozada se va haciendo fisura-grieta-falla-foso; lo ínfimo se ha convertido en infinito y “todo” entre ellos se ha contaminado. La distancia se ha desplegado hasta convertirse en ese espacio de indiferencia que muchas veces sorprende y produce el divorcio”. Lo que se fue desarrollando en silencio, casi invisible a los ojos termina en la acción y sus consecuencias extremas.

En la vida íntima como en los sucesos históricos ocurren las rupturas, quiebres y las amputaciones. Al artista Charles Ray le “gustaría ver el perrito de globo (escultura en acero de Jeff Koons) en algunos cientos de años como una escultura rota, y ver si funciona”. Tal vez sin dos de sus patas, me imagino. La Venus del Louvre mantiene toda su belleza a pesar de haber perdido sus brazos. 

La pregunta de Ray suena banal, como es banal íntegramente toda la obra de Koons. No cabría comparar al “perrito” sin patas ni tampoco una versión en cera de la Bachué rota en mil pedazos, con los errores de los que desencadenan una secuencia de nuevos errores hasta que se pasa del accidente a la catástrofe. Para mi consuelo me complazco considerando que los pequeños errores previenen otros, esos sí, que traerían consecuencias terribles.

Que La Bachué de Rozo se haya roto en dos (¿Cuándo? ¿Cómo?) le añadió misterio a la obra, convirtiéndola en un objeto emocionante y seductor. Algo de eso perdió al ser restaurada. De las heridas quedan cicatrices y el paso de los años va dejando sus marcas. Tanto el oficio del restaurador como el del cirujano traicionan la esencia del tiempo.

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