Los taxistas -conductores-, que no es lo mismo que los empresarios de taxis -pequeños, medianos y grandes propietarios- y las empresas afiliadoras -en donde cada taxi debe tener una afiliación paga para poder operar- sin lugar a dudas enfrentan gruesos inconvenientes y deficiencias regulatorias. No menos, el grupo de empresarios y las empresas afiliadoras del taxismo.
Los intereses de muchos taxistas difieren y, en no pocos asuntos, con los de los empresarios del taxismo y los de las empresas afiliadoras. Por eso mismo, el proyecto ministerial anunciado mediáticamente denota un mayúsculo desconocimiento y un elevado grado de demagogia sobre la materia. Lejos está de ser la solución a todos ellos, el ataque absurdo que se anuncia en los medios a las plataformas tecnológicas. Las nuevas tecnologías no son el enemigo del taxismo, son unas ineludibles herramientas para aquel, los usuarios y el servicio.
El fondo y propósito de cualquier ajuste a este sector, que claramente requiere de la atención minuciosa y técnica del gobierno nacional, debe ser el usuario y el servicio. Estos intereses colectivos priman sobre los intereses particulares del taxismo y de los conductores de vehículos vinculados con plataformas como la de Uber, que prestan un servicio público, como es el de transporte individual de pasajeros.
La mala calidad del servicio de taxi en Colombia y en el mundo, abrió la puerta de par en par a los servicios como los que ofrecen las plataformas que usan Uber y otros. Sí, la mala calidad. No fue el menor precio el que rompió el mercado atendido por el taxismo. El servicio de Uber y similares es más costoso, pero su calidad destacable. Sus vehículos cumplen mejores estándares -incluida la limpieza y estado- que los que se observan en el taxismo. Sus conductores -muchos taxistas del pasado, amas de casa, profesionales sin empleo, etc.- se comportan de forma ejemplar con el pasajero. No bajan al pasajero porque no les sirve el destino de éste.
Cierto, hay informalidad, hay desigualdad de sectores, hay injusticia en las cargas tributarias, de seguros y de revisiones técnico-mecánica, cuando unos -taxis- y otros -Uber y similares- prestan en esencia el mismo servicio público individual de pasajeros. Claro, unos con mayor calidad -Uber y similares- y otros con una notoriamente menor -taxismo-.
Hoy son más las personas y los vehículos vinculados a las plataformas como la de Uber y similares, que los taxistas y taxis. La solución no puede ser tan simplista de arropar a unos y atacar a otros, como lo puso en evidencia el anuncio del proyecto ministerial que prevé sanciones millonarias para los usuarios de Uber y similares. Lo propio, encendió una disputa en las calles: taxistas vs conductores de Uber y otras plataformas.
El anuncio de sancionar a los ciudadanos que utilicen plataformas tecnológicas como la de Uber, puso ayer feliz al taxismo, pero eso no resuelve nada. Por el contrario, agrava la situación y promueve una innecesaria pugna. Hoy, el taxismo ya no debe estar contento porque el Ministerio anuncia la conformación de otra mesa con los voceros de los conductores de vehículos vinculados a las plataformas como las de Uber y similares, y señala, ahora, que no serán prohibidas.
El sector de transporte público individual de pasajeros requiere ser abordado y regulado de manera integral, incluyente, con rigor técnico, seriedad, exigiendo que el protagonista sea el servicio y el usuario, y, en la medida de lo posible, distante de los intereses político electorales con miras a las elecciones locales de octubre próximo.
No es posible desconocer que las plataformas tecnológicas llegaron para quedarse. Ocuparon un espacio abandonado por el taxismo, que lejos está de ser inteligente tratar de recuperarlo con “alcaldadas”. Taxis y servicios alternativos, están destinados a coexistir, pero debida y prontamente regulados.
