Por estos días de las pandemias de covid-19 y de odio antisocial, los colombianos vivimos momentos complejos y oscuros. Tantos, que Si Churchill se asoma desde el más allá, podría decir que en nuestro país solo ve “sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”, la famosa receta –en la que faltó la palabra ‘muerte’– que, el 13 de mayo de 1940, en su condición de primer ministro, ofreció al pueblo británico para enfrentar los días aciagos de la guerra mundial.
En cambio, a este columnista, al asomarse a lo que hoy es Colombia, en la que todo incita a gritar “¡ay!”, se le ocurrieron unas palabras muy distintas. No en formato de recetas, sino de versos a lomo de prosa, originados en escenarios inverosímiles, registros simbólicos, vínculos ocultos, esperanzas enyesadas, vivencias incongruentes de una sociedad que duele por donde se le mire o palpe. Humildemente invito a leer los versos, y garantizo que no le dispararé a quien se niegue a hacerlo…
Lo digo porque el 2 de marzo de 1882, Roderick MacLean, un reconocido poeta inglés, ofendido porque la reina Victoria se había negado a leer uno de sus poemas, le disparó cuando su carruaje salía de la estación de trenes de Windsor, sin herirla. No obstante, acepto que alguien puede quedar con el corazón malherido o la mente tocada luego de recorrer las siguientes quejas fraseadas y alocadas acerca de la Colombia en curso…:
¡Ay! tus tiempos de turbas y de luces tan lejanas.
Tus verdes florecidos y las urbes abrasantes.
Tus ensayos de grandeza, los recuerdos de batallas.
La calma de tu entorno y tus retos exultantes.
Tu búsqueda de los hitos en atajos y linderos.
Tus palmeras sin tropiezos y las brisas en manada.
Tus sueños en veremos, los impulsos sin la gracia.
Tus caminos empinados y las luchas rebosantes.
¡Ay! Tus páramos libertos y las playas en borrascas.
Tus magdalenas y caucas, tus litorales y esteros.
El “pueblito de mis cuitas y sus casas pequeñitas”.
Tus retozos variopintos y los diálogos del alba.
Tus ciudades dadivosas, los nevados circunspectos.
Tus voces de cumbia y ron, los himnos plañideros.
Tus relatos refrescantes, las mariposas amarillas.
Tus contrastes dadivosos, las llanuras reveladas.
¡Ay! tus antorchas encendidas en anhelos infinitos.
Tus empeños distraídos, los caprichos sin final.
Tus desfogues desbocados y los pechos sin coraza.
Tus miradas en moliendas y las citas endulzadas.
Tus conflictos irredentos en sandalias bendecidas.
El morir de los abuelos y sus vuelos en veleros.
Tus esperas orilladas y tus ruegos de esperanza.
Tus sonatas de alborada, tus silencios de contento.
¡Ay! las discrepancias con miradas sin engaño.
Tus luciérnagas sin aire en el Gólgota vacío.
Tus búsquedas refinadas en abrazos “enemigos”.
Tus ideas luminosas en palabras sin pendencia.
Tus ansias contenidas, la avaricia adormecida.
El pan a boca de horno, ya partido y compartido.
Esa gloria inmarcesible, aquel júbilo inmortal.
Tus pálpitos detonantes en semillas germinadas.
¡Ay! Tus pies al pie del otro en albarcas de llegada.
Tus colmenas consagradas, las sonrisas sin ficción.
Tus ensueños compartidos y las dudas diluidas.
Tus conquistas celebradas, los besos sin rubor.
Tu simiente sin remilgos y las loas afinadas.
Tus jilgueros en sus cantos, los delfines en su son.
Tus guerras extinguidas y los odios inhumados.
Tus acuerdos confirmados, la resaca sin run-run.
Bang, bang, bang…
INFLEXIÓN. La guerra sudafricana de 1899 fue el acontecimiento más importante del último año de reinado de Victoria de Inglaterra. En medio de reveses de sus tropas, la soberana envió una caja de bombones a cada soldado británico participante en ella. ¿Quién nos diera de a una a los colombianos para endulzar estos días?... ¡Pero que no nos den caramelo!
Por: Ignacio Arizmendi Posada.
05/06/21
