Basta de hablar y de visibilizar, es mejor reconocer y exigir

Llevamos muchos años hablando de la necesidad de visibilizar a la mujer rural. Gobernantes de todos los países acuden a esta noción cuando en sus diversas intervenciones deben referirse al aporte que, a la economía, la familia y la sociedad dan las habitantes de nuestros campos.

Según la Real Academia Española (RAE) visibilizar es “Hacer visible artificialmente lo que no se puede ver a simple vista” y aunque la institución que vela por nuestra lengua valida el uso metafórico de esta palabra con el significado de “sacar a la luz”, es hora de preguntarnos si la mujer rural es invisible o si debemos exponerla porque nadie la ha visto.

Desde siempre, cualquier colombiano sabe que en nuestros campos existen mujeres, que son ellas la columna vertebral de nuestros pueblos y que afrontan numerosos obstáculos que les impide desarrollarse. La pregunta entonces radica en ¿por qué insistimos en desconocer que las vemos y debemos mostrarlas?

Si bien es cierto que la cultura de nuestros campos es altamente masculinizada no podemos desconocer que esto es producto, no de una invisibilidad de la mujer, sino de la carencia de programas económicos, de formación y cambio comportamental que permitan romper de una vez por todas con el estigma que supone el género en nuestra sociedad, y con mayor énfasis en nuestros campos.

Debemos partir de lo general a lo particular. Hablamos de respetar los derechos de la mujer (y en muchas ocasiones específicamente de los derechos de la mujer rural) cuando estos son los mismos del hombre. Derechos Humanos solo hay unos. Por eso debemos hacer referencia a asegurar el goce efectivo de sus derechos por parte de la mujer, eso tiene que ser el comienzo.

No más visibilizar. Reconozcamos que hacemos una diferenciación entre la mujer del campo y la de la ciudad. Entendamos que hemos ayudado a crear una discrepancia que, a todas luces, se ha plasmado históricamente en nuestra conversación cotidiana, en los programas de desarrollo, en las oportunidades que les brindan las empresas y en la formación que le damos a nuestros jóvenes en las escuelas.

Es cierto que las condiciones de la mujer del campo son especiales, pero también lo es que este fenómeno obedece en gran parte a la indiferencia de lo que muchos llaman progreso. Es hora de reconocer que les hemos fallado y exigir un compromiso total de los sectores gubernamental, productivo y educativo para cambiar las condiciones que afectan sus oportunidades y su forma de vida.

La promoción, la prevención, la formación y la atención eficaz a las problemáticas que afectan a nuestras mujeres en las zonas rurales, son hoy las únicas alternativas válidas frente al esquema tradicional de visibilizarlas y el reto que supone la Agenda 2030 en materia de pobreza, educación, igualdad y equidad.

Como ya he dicho que todos las vemos, que sabemos dónde viven y que reconocemos su gran aporte a la familia, me uno a la celebración del pasado 15 de octubre como Día Internacional de la Mujer Rural, no para visibilizarlas sino para pedir que se destinen recursos, que se adelanten proyectos y que se construyan nuevas oportunidades que les aseguren el lugar que les corresponde, el lugar primordial de la mujer en nuestra sociedad.

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