Como lo he dicho de manera reiterada, no es momento de divisiones y peleas vacuas y vanas. Son tiempos difíciles, en los que Colombia necesita del concurso de cada uno de nosotros para superar la crisis más compleja que la patria haya enfrentado jamás. La única ideología válida y aceptable mientras cesa la horrible noche es el patriotismo: devoción y entrega por la República y su gente es la máxima que los ciudadanos de bien no debemos olvidar ni soslayar.
Me resulta impresentable que, a estas alturas y en medio de tantas penurias e incertidumbre, haya voces discordantes queriendo pescar en río revuelto, haciendo demagogia de la peor y alentando los odios; y otros, igualmente tóxicos, esputando mala fe y “malparidez” a granel (esa gente es una verdadera plaga -de seguro ni el Coronavirus los agarra-). Son precisamente los momentos difíciles los que muestran el tamaño y las justas proporciones de un ser humano: los que son pequeños dejarán entrever su nimiedad; los que entiendan la nueva realidad se harán eternamente grandes.
Dicho lo anterior, son las propuestas, las ideas y la inventiva las que a la postre nos ayudarán a trazar la ruta de escape para superar la debacle que se cierne sobre Colombia. No importa que esos planteamientos vengan de todos lados, mientras sirvan y aporten. Los temas sociales no son de autoría o de propiedad de la izquierda: eso es una mentira más grande que una catedral; aseverar semejante despropósito desconoce la historia, la filosofía y la política misma. Pero, para no polemizar adentrándome en esas honduras, simplemente diré que, a la hora del té, el humanismo en realidad no tiene partido.
Me he atrevido a formular una serie de medidas económicas para enfrentar la pandemia y la pospandemia, desde mi experiencia como empresario, emprendedor y visionario, para el que nunca en la vida hubo batallas imposibles. El éxito es precisamente eso: ver como retos personales lo que otros consideran un problema insuperable. Quiero, pues, insistir y persistir en mis planteamientos, que no tienen otro propósito distinto que el de ayudar a la reconstrucción de la patria. Que nadie se llame a engaños: no nos enfrentamos a una recesión; lo que se viene es una depresión económica.
Lo fundamental para estar del otro lado: aislamiento preventivo el tiempo que sea necesario, garantizar la seguridad alimentaria, adecuar la infraestructura hospitalaria para atender la emergencia médica, que la gente conserve su trabajo y lograr bajar lo que más se pueda el costo de la canasta familiar.
Beneficios para los que viven del día a día y para los pequeños empresarios y emprendedores: congelar arriendos y servicios públicos, y entrega de subsidios de alimentación. Lo más necesitados me preocupan sobremanera. Que nadie pase hambre ha de ser un imperativo moral para todos.
¿Y de dónde sale la plata para las ayudas y rescates? 1. De los Bancos y las aseguradoras. 2. Decretando un impuesto especial que obligue a bajarse del bus a los que más tenemos 3. Recortando al 50% los sueldos de los altos funcionarios del Estado, al igual que todo el gasto público. 4. Suspendiendo los onerosos esquemas de seguridad de la UNP. 5. De los 22 billones de regalías depositados en los bancos. 6. Repatriando capitales. 7. Vendiendo el Galeón San José. 8. Localizando y disponiendo de la colosal fortuna de las FARC amasada después de una “diversificada” y prolija carrera criminal de más de 50 años.
En la adversidad es fundamental ser atrevidos. La economía pospandemia no puede ser ortodoxa ni con receta de libro: debe ser audaz y recursiva. Es urgente repensar la economía: debemos ser innovadores y altamente creativos. Hay que olvidarse de la Política Monetaria y de la Regla Fiscal: la economía estará hecha añicos en pocos días. Para salir de la crisis es necesario hacer borrón y cuenta nueva; si no lo entendemos, estamos liquidados.
Como medidas especiales, se debe suspender toda la parafiscalidad, congelar por 6 meses todos los créditos bancarios al tiempo que los impuestos, sin que se aumenten intereses. Urge la creación de una línea de crédito especial, con tasas muy bajas, para pequeñas, medianas y grandes empresas. En el 2008 el pueblo salvó a la banca, ahora la banca debe salvar al pueblo. Hay que darle como sea liquidez a las empresas nacionales, al igual que a los trabajadores independientes.
Invito a quienes hacemos empresa en Colombia a que llevemos a cabo una cumbre virtual, en la que fijemos los derroteros y tracemos la línea de acción para que la recuperación económica sea rápida y con el menor traumatismo. Ayudemos entre todos al gobierno del presidente Iván Duque a diseñar una suerte de “plan Marshall” criollo, que establezca la estrategia y la táctica para la redención económica y productiva, con una mirada social.
El mundo ha cambiado, y Colombia no es la excepción: si no aceptamos y enfrentamos con ardentía y valor la nueva realidad, fracasaremos. Si no evolucionamos y nos reinventamos, nos extinguiremos.
La ñapa: Hoy más que nunca los cultivos ilícitos son una amenaza para la democracia, la institucionalidad y la seguridad. A raíz del colapso económico que se avecina, la economía paralela del narcotráfico podría volverse el primer renglón de toda la ecuación de las finanzas en Colombia, y sí que los bandidos tienen material de sobra para ello: cerca de 220.000 hectáreas de coca de dónde echar mano. La violencia y el caos que traerá ese fenómeno a nuestras ciudades y pueblos será proverbial y delirante. Presidente Duque, empiece a fumigar esa maldita plaga antes de que sea demasiado tarde, no espere a que se resuelvan todas las trabas que le han puesto para ello. La solución pasa por el tamiz de la Conmoción Interior, la Constitución y la Ley lo facultan para ello.