Pareciera contradictorio exhortar a “vivir el momento” mientras se te “recuerda que morirás”, especialmente en las actuales circunstancias en las que nos vemos confrontados y pretendemos ocultar, a la muerte como fin del camino que iniciamos desde el vientre materno.
Para el día de los muertos de 2008 tenía planeado lanzar un número de la revista Mundo dedicado al tema de la muerte desde la mirada de los artistas colombianos. Tocó esperar hasta diciembre de ese año para que saliera a la luz con el título “La muerte está viva”. El poema “Vivir con la muerte”, escrito para la revista por Juan Gustavo Cobo Borda en su vieja máquina, mereció ser publicado en facsímil y el ensayo “Muerte… gracias por existir”, del psicólogo Alberto Camacho Pava, introducían las reproducciones de sesenta obras de arte realizadas entre 1940 y comienzos de este siglo acompañadas con comentarios de críticos y literatos. Las obras fueron expuestas en la galería Mundo.
Lo que sigue es un extracto de mi editorial:
Los colombianos nos habituamos a vivir con la muerte y su cruda realidad que no respeta los tiempos de esa cita obligada sino que se adelantan por los medios más violentos, teniendo como consecuencia la pérdida del sentido de la misma muerte. Esta experiencia dolorosa ha pasado a un lugar incierto, podemos indignarnos ante ciertas muertes pero a la mayoría de ellas las dejamos en un plano abstracto. La muerte nos acompaña siempre, vivimos duelos que nos marcan profundamente y, al mismo tiempo, pretendemos desentendernos de ella.
En el mismo editorial cité un texto anónimo que me permito transcribir en parte:
“Vivir con la muerte es también vivir con la vida. El desechar todo pensamiento de morir es comenzar a perder el sabor, el gusto y la calidad de vivir. Los antiguos lo entendían muy bien pero hoy son muchas las personas que se niegan a entenderlo, ahuyentan el pensamiento de la muerte hasta las profundidades del inconsciente. Ahí comienza a ocurrir una pérdida de la energía vital que la existencia reclama”.
Repasar esa publicación surgió luego de decidir dedicar este artículo a una reflexión sobre el papel que puede jugar el estoicismo en la extraña normalidad que vivimos desde hace unos meses y nos ha llenado de incertidumbre. El filósofo Massimo Pigliucci, en una entrevista del año pasado, presenta una introducción a esta filosofía de vida que nos puede dar algunas claves para orientarnos en las circunstancias actuales. Nos dice que debemos vivir conforme a la naturaleza, lo que me pone a reflexionar acerca de las que considero equivocadas decisiones de ciertos gobernantes. Un confinamiento y un estado constante de terror van contra nuestra naturaleza, como lo es sembrar en nosotros las emociones negativas contra el principio estoico de eliminarlas para cultivar las constructivas como la solidaridad y la bondad que están siendo corroídas por el afán de que nos convirtamos en nuestros propios represores, el de nuestros familiares, amigos y vecinos.
Somos seres racionales que solo prosperamos en sociedad, una buena vida es en la que aplicamos la razón para mejorar la vida en comunidad, lo dicen los estoicos. La irracionalidad es la que está imperando ahora, así pretendan convencernos que la situación está manejada por expertos, frecuentemente esa experticia no conjuga con el sentido común que habita en nuestra naturaleza racional y social.
Si mejoramos nosotros mismos mejoramos la sociedad y si trabajamos para mejorar la sociedad nos mejoramos a nosotros mismos, es otro de los fundamentos de la filosofía estoica. Este principio ha sido corroído por el individualismo que conlleva el confinamiento. Virtudes que destaca el estoicismo, como la sabiduría, el valor, la justicia, y la templanza, se fortalecen al ponerlas en práctica con el trato social, y las que el cristianismo le añadió- la esperanza, la fe y la caridad- podrían ser ejercitadas en situaciones de enclaustramiento pero no cobran sentido sino en su aplicación en el trato con los otros.
Lo que el estoicismo enseña puede ser motivo de mejoramiento en situaciones críticas como ésta en la que se ve al otro como un posible portador del virus convirtiéndolo, así, en una amenaza. Para ello haría falta recordar que todos vamos hacia el momento de la muerte. Massimo Pigliucci propone múltiples ejercicios en sus libros y entre ellos está el de visitar el cementerio con ese fin.
En “La sociedad de los poetas muertos”, los jóvenes estudiantes se saludan con un “¡Carpe diem!”, vivir el momento, hacer en cada día lo que quisiéramos para el último día de nuestra existencia. “Memento mori” es lo que procuramos ocultar en lo más profundo del inconsciente cuando la idea de morir la han transformado en cifras con las que nos bombardean a diario y que no nos enseñan nada, por el contrario, atentan contra las virtudes estoicas y cristianas. Ante la sabiduría, el caos de información dado por los medios y las redes que enturbian nuestra razón; ante el valor, la cobardía que se inocula en cada uno frente a la represión aplicada con el pretexto del “interés común”; ante la justicia, por ejemplo, el abandono de las calles dejándolas en manos del hampa que goza de plena impunidad; ante la templanza, el desencadenamiento de actitudes inmoderadas que van contra nuestra naturaleza social; ante la esperanza, el desespero; ante la fe, la incredulidad y ante la caridad un egoísmo creciente.
Algo que va contra la normalidad es el engendro conceptual de una “nueva normalidad”. Lo que se requiere es terminar con la anormalidad que se ha impuesto en contra de la voluntad ciudadana que pone, por encima de todo, la libertad y la responsabilidad individual que desde hace 2.500 años defienden los estoicos.