Durante nuestros 210 años de independencia, hemos tenido diferentes tipos de gobierno: Provincias Unidas, la Gran Colombia que era una especie de confederación republicana, la República de la Nueva Granada, la Confederación Granadina, los Estados Unidos de Colombia y finalmente con la constitución de 1886 la República de Colombia, que en materia de organización política ha tenido cambios sustanciales, desde la elección popular de alcaldes y gobernadores hasta la adopción de una Estado de Derecho en la constitución del 91. Sin embargo, salvo algunos avances en la descentralización, llevamos más de 130 años siendo una República Unitaria Presidencialista.
Esta forma de gobierno nos permitió un diseño institucional robusto que trajo consigo la paz durante la hegemonía conservadora después de la guerra de los 1.000 días, la fundación del Banco de la República en 1923, le permitió a Rojas Pinilla llevar el desarrollo económico desde el nivel central a distintos territorios del país, pero especialmente a Bogotá, ayudó a la fundación de Ecopetrol por la época de Laureano Gómez, permitió la creación del Departamento Nacional de Planeación, se lograron cohesionar unas Fuerzas Armadas modernas y poderosas que han combatido con valentía la delincuencia y el narcoterrorismo y le permitió a los partidos lograr uno de los acuerdos políticos más precisos en la débil historia de la democracia latinoamericana, el Frente Nacional, acuerdo cuyos liderazgos se fueron desgastando y generando resistencia, como todos los liderazgos.
A raíz de un movimiento ciudadano, vino la constitución del 91, con la creación del tribunal constitucional como garante de derechos y de la Fiscalía General de la Nación como institución central de la lucha e investigación del delito, se ahondó el poder central en Colombia. A pesar de que hubo otros cambios hacia la dirección contraria, especialmente en materia política, la descentralización sigue siendo muy débil en materia fiscal y administrativa.
El mundo ha cambiado en los últimos 20 años más de lo que pudo haber cambiado en los últimos 200, que a su vez tuvo cambios más profundos que en los 3 o 4 mil anteriores. Los ciberataques, el terrorismo, el cambio climático, la prevención de desastres naturales o pandemias y la globalización de la economía son solo algunos ejemplos de los retos que estamos enfrentando a nivel global y que requieren de mayor cooperación internacional.
En algunos campos, los Estados se han quedado cortos para responder ante estos retos, mientras que en otras tareas locales su excesivo tamaño y burocracia les impiden ser productivos, por ende, también se hace imperativo fortalecer la capacidad y autonomía que piden los gobiernos locales para enfrentar los problemas del día a día del ciudadano de a pie: la delincuencia común, las licencias de construcción, el estado de las calles, los parques y las aceras, los programas sociales temporales o las normas de convivencia.
El federalismo puede ser republicano y no va en contravía de la identidad nacional, por el contrario, seremos más colombianos que nunca, porque la competencia interna entre hermanos fortalece la cooperación para sacar adelante los proyectos comunes.
Que el carriel, las arepas y la innovación, el sombrero “vueltiao”, el festival de coleo, la multiculturalidad bogotana con un chocolate caliente en Monserrate, las minas y playas de la Guajira, el puerto de Buenaventura, el café y el turismo no sean cuestiones de división, sino de diversidad.
Si a cada departamento del País se le da autonomía para desarrollar su máximo potencial no solamente estaremos desarrollando las regiones, también estaremos potenciando la capacidad de Colombia como nación dentro del concierto internacional, no debemos simplemente profundizar en la descentralización sino que debemos darle soberanía a los nuevos entes políticos que salgan de esta reorganización. Podemos soñar con el viejo Caldas, el Tolima grande, los Santanderes, el Altiplano cundiboyacense, la región Caribe y una Pacifico, o como nuestros legisladores o constituyentes en representación del pueblo lo decidan.
No tiene sentido que regiones con diferencias culturales, naturales o territoriales paguen los mismos impuestos, dependen de los mismos funcionarios, tengan el mismo salario mínimo o no tengan desarrollo o justicia en absoluto, así como el Estado-Nación permitió ganar muchas batallas durante el siglo XX, para este siglo ya se quedó corto en ciertos menesteres y muy largo en otros.
En próximas columnas explicaré cuáles serían los cambios y los costos-beneficios económicos y políticos de convertirnos en una Colombia Federal.
Nota: Para esta semana quisiera recomendar el libro “El mundo es plano” del autor Thomas Friedman, que nos permite conocer más a fondo los cambios en materia geopolítica que ha traído el comercio globalizado.