No soy de los electores del Presidente Petro. Respeto su estilo, pero tengo abísmales diferencias con esa manera de hacer política y de gobernar. Básicamente, porque bajo eslóganes que comparto (ambiente, energías alternativas, oportunidades, etc.) construye narrativas y contenidos sin rigor que terminan quebrando y dividiendo la sociedad. También, me distancia el hecho de que no escucha, la única verdad es la suya.
Tampoco he sido ni soy anti Petrista, ni anti nadie. Trato de no ser lo que me incomoda de otros. Frente a la enfermedad divisionista y acomodada que padece nuestra sociedad, para que no haya dudas, tampoco he sido, o soy Uribista y menos anti Uribista. Soy un colombiano más, como millones, que ama su país y respeta sus instituciones.
Quienes tiene la gentileza de leerme, saben que más allá de las críticas públicas que efectúo, siempre expreso y mantengo la esperanza de que al Presidente lo motiven propósitos superiores, pero que no ha logrado transmitir a quienes no votamos por él -millones -. Sin embargo, la suma de sus acciones en estos meses, la creciente zozobra que generan sus reiterativos e incitadores mensajes en redes sociales y el discurso divisionista que pronunciara en su primer “balconazo”, desvaneció toda esperanza.
Nunca en la historia republicana de Colombia, paradójicamente, bajo las banderas de la paz total, del cambio social, de la inclusión, de las oportunidades, etc., el país había estado en manos de la mayor expresión de demagogia y politiquería.
La ingenuidad -más bien el deseo de que fuera así- nos llevaba a creer que los desafueros, desatinos y carencia de rigor de la Ministra Vélez con los hidrocarburos, del Ministro Osuna con la excarcelación de delincuentes, del Ministro Reyes con las amenazas a las plataformas y a los bogotanos por el metro, o de la Ministra Corcho con la reforma a la salud, eran voces disonantes con la inclusiva del Presidente de la República. El discurso dado desde el balcón de la Casa de Nariño, hizo claridad al respecto: todos son caja de resonancia de un Presidente que insiste en dividirnos.
La casta política colombiana más tradicional es quién gobierna junto al Presidente Petro. Es inocultable que el gobierno Petro es un gobierno compartido con los expresidentes Gaviria, Samper y Santos; así como con políticos de castas regionales, como los que dirige Dilian Francisca Toro en el Valle. El Partido Conservador, el Liberal y el de la U, se sumaron a este gobierno al estilo del Frente Nacional, pero al minúsculo y miope nivel ministerial.
Los extremistas del Pacto Histórico poco o ningún daño podrían hacer al país si no fuera por la eficaz ayuda de esa clase política. Su responsabilidad ya quedó registrada en la historia de Colombia. Hoy, la democracia colombiana descansa en uno solo de sus tres pilares: la Rama Judicial del Poder Público. Muy grave!
El maltrecho Congreso de la República tiene la oportunidad histórica de reivindicar su razón de ser. Para ello, debe ser coherente con su discurso de anteponer a los intereses individuales de sus miembros los intereses generales de todos colombianos. Ojalá el Poder Ejecutivo en cabeza del Presidente Petro, haga lo propio y escuche a la otra mitad de Colombia que le expresa pacíficamente en las calles que no la gradué de enemiga y gobierne para ella también.
La mayor testarudez de un gobernante es no escuchar la voz de todo el pueblo que a gritos y con distintos tonos le reclama que su gestión sea en el territorio, responsable, para todos, con hechos y distante de las prácticas politiqueras.
Colombia no aguantará mucho tiempo un gobierno que lo haga en Twitter e insista en clasificarnos entre buenos y malos, según se esté de acuerdo o desacuerdo con el Presidente de la República.
