Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Cómo pasar a la historia

Caminando por un sendero un poco tortuoso para escribir esta columna me he topado con un episodio muy sugestivo de la Historia, permítaseme que la escriba con mayúscula. Resulta que iba a hablarles de las andanzas, bastante impresentables, de un político sin escrúpulos que, con tal de mantener su culo en el sillón del poder, tiene hoy soliviantada a la mitad de sus compatriotas. Estoy hablando del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez. 

Sánchez le dijo hace tiempo a un fugaz ministro de su primer gabinete, Máximo Huerta, que a él le preocupaba mucho cómo iba a pasar a la historia. Y parece que este asunto le quita el sueño porque en el homenaje que se le hizo a una escritora fallecida y muy de sus afectos, afirmó a los asistentes que él pasaría a la historia por haber sacado los huesos del dictador Francisco Franco del recinto religioso en el que se encontraban, y trasladarlos a un cementerio. Toda una hazaña.

Estando en esas cavilaciones eché mano de un libro de la historiadora y periodista norteamericana Barbara Wertheim Tuchman, Cómo se escribe la historia, para ver si una señora tan sabia me ayudaba a reflexionar sobre cómo pasan por la historia personajes dañinos para sus conciudadanos. Creo sinceramente que Sánchez es uno de ellos; ha firmado un acuerdo político más que discutible con un prófugo de la justicia, fuera de España, para conseguir siete votos en el Parlamento que le permitan seguir en el poder.

Y he aquí que sin esperarlo encontré un capítulo que nada tiene que ver con lo arriba tratado, y sí en cambio con algo que pudo haber sido y no fue, y que encuentro de mayor interés para compartir con los amables lectores de esta columna. El tramo del libro se titula “Si Mao hubiera venido a Washington”. En él la señora Wertheim desvela un episodio de la historia estremecedor, si consideramos las consecuencias que se habrían desprendido de lo que plantea esa hipótesis: quizá la humanidad se habría ahorrado uno de los mayores genocidios del pasado siglo.

Barbara Wertheim, que tuvo acceso a documentos desclasificados, dice que “una de las grandes condiciones y crueles ironías de la historia reside en el hecho de que, en enero de 1945, cuatro años y medio antes de hacerse con el poder en China, Mao Tse Tung y Chu En-Lai se ofrecieron a ir a Washington a hablar con el presidente Roosevelt, en su empeño por establecer buenas relaciones con Estados Unidos”. Se sabe que los norteamericanos no respondieron a la oferta.

“Veinte años, dos guerras y millones de vidas más tarde, tras el incalculable daño causado por la mutua sospecha y la fobia de dos grandes potencias mal avenidas, un presidente norteamericano ha invertido el viaje que no se hizo en 1945 y se ha trasladado a Pekín para tratar con los dos líderes chinos”, dice la señora Wertheim refiriéndose al viaje de Richard Nixon a China en  1972.

El mensaje recibido el 10 de enero de 1945, fue retenido por diplomáticos y funcionarios del Departamento de Estado y nunca llegó al presidente. “Tres años de guerra civil en un país ya desgastado por la guerra y el mal gobierno podrían haberse evitado, si no por completo, al menos en parte. Estados Unidos, culpable de alargar la guerra civil al ayudar sistemáticamente al seguro perdedor, entonces no habría despertado el profundo antagonismo del ganador final. Y este antagonismo no habría hallado expresión en el arresto, maltrato, y en algunos casos, encarcelamiento y deportación de funcionarios norteamericanos”.

Si carentes de rencor Estados Unidos hubiese establecido algún tipo de relación con China que le permitiese la comunicación en tiempos de crisis, y si los chinos no hubieran actuado movidos por la sospecha y el odio hacia Norteamérica para hacer causa común con la Unión Soviética “cabe la posibilidad de que no hubiera habido guerra coreana con todas sus terribles consecuencias. De esa guerra salieron los fantasmas gemelos de un comunismo chino expansionista y una indivisible asociación sino-soviética”, especula más adelante Barbara Wertheim.

Edgar Snow, el periodista y escritor fundamental para conocer los inicios de la revolución comunista en China, cuenta que “Roosevelt estaba desconcertado pero a la vez sumamente fascinado” por la complejidad de todo lo que estaba ocurriendo en aquel país y se quejaba de que nadie lo explicara de manera satisfactoria. La responsabilidad de haber informado al presidente como era debido, y de la petición de los dos líderes chinos, que de haber sido atendida quizá habría cambiado la historia, había estado fundamentalmente en manos del embajador Patrick J. Hurley, un personaje soberbio, atrabiliario y manipulador que ocultó a Roosevelt el mensaje de Mao y Chu En-Lai.

Hay gente que pasa a la historia por algo más que el traslado de unos huesos a un cementerio; no siempre para bien, claro.

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