La comunidad científica mundial no ha conseguido todavía perfilar con exactitud el comportamiento del virus que se ha convertido en la peor pandemia de nuestra historia contemporánea y mal podríamos entonces pensar que existen términos perentorios para la vigencia de medidas tan duras pero saludables como el confinamiento general para contener su despiadado avance.
Mientras que la capacidad de potencias como Estados Unidos y Alemania comienza a verse desbordada, e Italia y España lloran diariamente a centenares de personas fallecidas, en Colombia las decisiones que han sido adoptadas en todos los niveles del Estado reflejan efectos prácticos que, sin embargo, no pueden ser vistos únicamente a la luz de las cifras o estadísticas comparativas.
Transcurre la quinta semana desde que el primer caso del Covid-19 fue comprobado en Colombia y los especialistas consideran que estamos llegando al primer pico de sus curvas variables. El número verificado de contagiados se acerca rápidamente a los 1.000 y, hasta el momento en que estas líneas fueron escritas, registrábamos la muerte de diez compatriotas. Podría decirse que estos números son pequeños comparados con los registros de otras latitudes, pero eso sería buscar un “consuelo de tontos”, como dice el viejo aforismo.
Sin embargo, es preciso destacar que el aislamiento general, decretado en principio hasta el 13 de abril, ha comenzado a dejar ver sus bondades en términos de prevención. Como nuestra consigna es preservar, por encima de cualquier circunstancia, la vida y salud de los colombianos tenemos que contemplar muy seriamente la posibilidad de que el aislamiento sea ampliado hasta cuando las circunstancias recomienden objetivamente levantarlo.
Lo hizo China con disciplina férrea y encontró frutos. Lo podemos hacer nosotros también a partir del principio de solidaridad social que nos caracteriza y que debe ser fortalecido durante la dura prueba que estamos afrontando. El Gobierno del presidente Iván Duque ha demostrado acierto en las decisiones adoptadas y los gobernadores y los alcaldes lo acompañan en sus esfuerzos ingentes para aplicar las medidas más convenientes en esta difícil hora.
No es fácil aceptar esa alternativa porque expertos y personas del común temen, como es apenas natural, un debilitamiento del aparato productivo de la nación, por la suerte de las empresas, por empleo e incluso por la seguridad alimentaria. Pero esas consideraciones deben contrastarse con la necesidad, mucho más apremiante por ahora, de enfrentar el riesgo creciente que se cierne sobre la salud pública.
Debemos seguir actuando con responsabilidad y sentido práctico, de manera que, con la vida en la cúspide de las prioridades, seamos capaces de preservas los derechos económicos y sociales de las personas, especialmente de las más vulnerables. Las medidas económicas que se han sido adoptadas tienen esa vocación. No están en riesgo -ni pueden estarlo- la estabilidad del sector financiero y del sector real de la economía. Las medidas macroeconómicas adoptadas tienen un alcance muy importante en esa dirección.
La cuota de sacrifico es alta, pero aún no ha encontrado límites. Lo hará en el momento en que, de manera científica y técnica, encontremos que el Covid-19 deje de ser la fuerza destructora que hoy no distingue fronteras, ni capacidades económicas ni condiciones sociales de ninguna naturaleza. Mientras eso no ocurra el terreno para su contagio estará abonado y todos deberemos mantenernos lejos de su alcance.
No existe un sustituto de la prevención. Y la realidad aconseja que no renunciemos a ella.
P.d. La Federación Nacional de Departamentos y todos sus colaboradores se han unido con entusiasmo a la campaña de la Primera Dama de la Nación Ayudar nos hace bien, que promueve la Fundación Solidaridad por Colombia para apoyar durante esta crisis a la población más vulnerable.