A lo largo de mis columnas, he hecho varios llamados a políticos, empresarios y a la ciudadanía para que saquemos lo mejor de nosotros durante ésta crisis sanitaria y económica. Sin ánimo de parecer repetitivo, hoy más que nunca, quiero reiterar ese objetivo, hacer un llamado a la búsqueda de consensos y a trabajar por un sólo propósito; la reactivación de Colombia.
Todos los días nos encontramos con lo que parece una sociedad tristemente fragmentada. Hace dos semanas, la noticia de la detención domiciliaria del ahora ex senador Álvaro Uribe sólo fue una muestra de lo dividida que se encuentra nuestra sociedad. Presenciamos cómo los bandos se enfrentaban por redes sociales, reuniones virtuales y chats de amigos y familia. Pareciera que a pesar de tantas décadas de violencia en lugar de unirnos, nos quisieramos seguir dividiendo.
Las tendencias de #DespideUnMamerto y #NoCompreAEmpresariosUribistas demuestran la aversión que existe por el otro, por el que piensa distinto. Este rechazo que existe por las personas que no piensan como nosotros, nos han llevado a justificar lo injustificable.
Por esto es clave hacerse las siguientes preguntas ¿qué debemos hacer para unirnos? ¿debemos pensar todos de la misma forma? ¿será esta la única solución para acabar con la violencia? ¿cuál es la forma de encontrar consensos? El problema no es, y nunca será, la pluralidad de pensamientos, sino la poca tolerancia a esta diversidad. Precisamente los diferentes pensamientos son el corazón de una democracia. Esta consiste en darle la posibilidad a los distintos puntos de vista para que se expresen y, por supuesto, disientan. El problema es cuando vemos al otro como un enemigo y no como alguién que piensa diferente.
Recuerdo en el 2015 cuando el expresidente Juan Manuel Santos nos pidió a los colombianos no sólo desescalar el conflicto, sino también desescalar el lenguaje. Estoy seguro que muchos se burlaron de esta propuesta y la desestimaron en medio de una guerra sangrienta. Muchos vieron el tema a la ligera, o pensaban que lo importante era que las balas cesaran para luego hacernos cargo de las palabras. Si en ese momento no lo revisamos, hoy si deberíamos hacerlo.
Subestimar el lenguaje nos ha hecho más daño del que creemos. Hablar de mamertos, uribestias, paracos, castrochavistas o terroristas sólo incrementa esa violencia. Al poner estas etiquetas estamos invalidando políticamente al que piensa distinto. Al tíldar a otro de enemigo, cerramos la puerta a cualquier concenso porque semánticamente con el enemigo no se dialoga, no se discute, se le invalida. Cuando se trata al que piensa diferente como un enemigo, se genera violencia verbal que a su vez genera violencia física. Cuando lo tratamos como una contraparte, reconocemos su legitimidad y el conflicto se dirime a través del diálogo que muchas veces puede llevar al consenso.
Para que exista la democracia, es necesario el disenso y ahí juega un rol importante la oposición. Hacer oposición responsablemente es mucho más que llevar la contraria o incendiar el país con discursos que alimentan el odio. El papel de la oposición no es incitar a romper con la institucionalidad. Este es un papel serio que debe proponer alternativas y soluciones para los ciudadanos, no quedarse en críticar al Gobierno de turno.
Los llamados a romper con la institucionalidad desde las mayorías o las mínorías siempre serán peligrosas. Cuando en el 2016 el Centro Democrático hizo un llamado a la desobediencia cívil, hicieron un llamado a irrespetar la institucionalidad. Afortunadamente no actuaron en este sentido y todo terminó en una estrategia política para llegar al poder en el 2018. Algo similar sucedió con el llamado del senador Petro, quién afortunadamente todavía no ha tenido hechos de desobediencia, pero llamar a irrespetar las instituciones jamás será la solución. ¿será que una desobediencia civil debe llamarse para hacer opocisión y volverse una opción de poder? ¿será que desconocer el poder judicial y llamar a una constituyente es la solución? Las rechazo ambas contundentemente, los cambios se realizan dentro de la institucionalidad.
La oposición responsable se debe alejar de irrespetar a nuestras instituciones cuando no estemos de acuerdo con diferentes decisiones que se tomen. Una cosa es la oposición y el rechazo a las medidas políticas y otra cosa distinta es el llamado a levantarnos a irrespetar las instituciones cuando una decisión no nos es favorable.
Este momento de crisis no sólo exige lo mejor de nuestro Gobierno, sino también de nuestros líderes de la oposición. La pandemia no significa que no se puedan hacer críticas a las actuaciones de gobierno nacional o local, al contrario, es un momento clave para hacerlas, pero eso si de forma constructiva y propositiva. No se trata de críticar, se trata de proponer soluciones y llamar al dialógo. Los tiempos demandan humildad para sentarse a trabajar con el que no comparte nuestra ideología.
El “New Deal” que propone el Gobierno Nacional para la reactivación económica debe ir más allá de la financiación de proyectos del Plan Nacional de Desarrollo. No dudo de su voluntad, sin embargo este New deal debe ser el momento de unirnos a los Colombianos con pactos regionales por el empleo y el progreso del país. El proyecto de reactivación económica debe ser realmente un Nuevo Trato en el que participen las diferentes fuerzas políticas, en el que los extremos y el centro se encuentran a dialogar y que empresarios, mandatarios y trabajadores le apuntemos hacia la reconstrucción del país. Ese mismo llamado se lo hago al Distrito con su “Plan Marshall” en el cuál, oyendo a la alcaldesa, encontré varias medidas tributarias, pero pocas de reactivación del empleo y obras públicas para la ciudad, ojalá sólo hayamos oído la primera parte y que en la segunda esté eso y veamos a distintos sectores involucrados.
Haciéndole el llamado al ejecutivo, pasemos al Congreso de la República ya que su agilidad en el debate será vital en los trámites de la reconstrucción del país. Esto no implica darle un cheque en blanco a los mandatarios, pero sí implica llegar a consensos y poner por encima el bien común sobre el particular. Ninguna frase será más vigente que ésta que usaba Winston Churchill “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.”
Sabemos que mágicamente nuestras diferencias ideológicas no van a desaparecer, pero debemos mirar este pacto por el país como una oportunidad para dejar de lado los egos y unirnos en buscar consensos sobre el único propósito común que tenemos: sacar el país adelante.