María José Pizarro

Activista y política colombiana. Desde el 20 de julio de 2022 ejerce el cargo de Senadora de la República, en representación del Pacto Histórico. Entre 2018 y 2022 fue miembro de la Cámara de Representantes.​

María José Pizarro

Contra el muro de silencio e impunidad

En un país donde el 87,5% de las víctimas de delitos sexuales son mujeres, apenas el 0,13% de los casos denunciados se encuentra en ejecución de penas, en el que 8 de cada 10 mujeres de la capital han sufrido acoso y 9 de cada 10 víctimas no denuncia porque siente miedo, no sabe cómo ni dónde hacerlo, plantear el debate de espacios seguros para las mujeres ha sido un inmenso desafío.

El pasado 28 de agosto presenté ante la opinión pública el Informe de la Implementación del Protocolo sobre Violencias Sexuales en el Congreso de la República en el que desplegamos la campaña “Rompamos el silencio, en esto te acompañamos”, que incluyó canales seguros, confidenciales y no revictimizantes, además de atención psicosocial y jurídica para acompañar a las víctimas que quisieran activarlo.

Desde su adopción en enero de 2023, hasta la presentación mencionada, se recibieron 9 denuncias, 7 mujeres y 2 hombres con edades entre 21 y 28 años. La mayoría fueron personas con contratos temporales y externos, mientras que los victimarios eran jefes, supervisores y/o compañeros de trabajo. Esto es coherente con lo indicado en el Informe Espacios Laborales sin Acoso, en cuyos resultados se señala que en el 42% de los casos el victimario fue un compañero y en el 26% un jefe o superior, pero que además las víctimas no cuentan con herramientas para identificar la situación.

A estas denuncias se sumó un testimonio anónimo, en el que la víctima acusó al secretario de una Comisión Constitucional del Senado de haber aprovechado su posición de poder para acosarla sexual y laboralmente. Ella señaló no querer instaurar denuncias, mientras que de los otros nueve casos, 8 se encuentran en la Fiscalía General de la Nación y la novena víctima aún evalúa si presenta o no acciones legales. En este sentido, se hizo un llamado urgente al Fiscal General de la Nación, Francisco Barbosa, a actuar rápida y eficazmente para que las denuncias presentadas no se sumen al muro de impunidad y silencio que rodea a este lamentable flagelo en el país.

Sabemos que existen otros casos de personas que aún no se sienten seguras para denunciar, y también que probablemente, existía la expectativa de que se señalaran nombres más reconocidos, pero al ser la primera instancia para presentar denuncias, encontramos amplias resistencias internas. Entre ellas presenciamos intentos de sabotaje, como la remoción de carteles por parte de un policía y campañas paralelas, pero también encontramos silencio, ya sea por la impunidad imperante, porque tristemente se han naturalizado comportamientos en nuestra sociedad, o por la falta confianza para hablar y de herramientas para identificarse como víctima, entre otras.

Sin embargo, una de las restricciones más marcadas que identificamos fueron las asimetrías de poder que habitan en el Congreso, donde quien denuncia puede verse más afectada que su victimario, por lo que las víctimas prefieren guardar sus testimonios en pos de su estabilidad laboral, como nos ha pasado tantas veces a tantas mujeres en este país.

La falta de denuncias no es ni será nunca culpa de las víctimas. Entender esto es parte de los cambios que debemos construir como sociedad y para allá es que debemos avanzar. Espero que en adelante, las víctimas encuentren en el protocolo, y en las autoridades responsables, una instancia segura para denunciar y así hacer del Congreso de la República un espacio seguro para nosotras.

Sin embargo, el desafío que tenemos no termina allí. Como país tenemos que avanzar en superar el machismo estructural, el patriarcado, la misoginia y la masculinización de las relaciones sociales; basta de cosificar a las mujeres, de decirnos cómo debemos vestir y de desear nuestros cuerpos para darnos trabajo; no más intolerancia de vernos en espacios de representación y en la alta gerencia; no más codazos ni abuso emocional y psicológico para hacernos sentir que no somos capaces, y así podría seguir con los tantos otros desafíos que tiene Colombia en esta materia.

Las mujeres no somos objetos para que hombres nos exploten ni abusen como les plazca; aquí cada quien viene a encontrar las formas de expresar su humanidad, y para poderla expresar a través del trabajo, las relaciones laborales no deben estar mediadas por asimetrías de poder en las que las mujeres, o bien personas jóvenes y/o precarizadas, deban exponer su integridad para lograrlo. Como sociedad, todas las personas tenemos que colaborar en derrumbar el muro de impunidad alrededor de la violencia sexual. Llegó el tiempo de decir basta.

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