Una de mis cercanas tías materna, de briosa inteligencia y a quien me une una empatía especial es una mujer de excepcional memoria. En las reuniones familiares disfruto hacerle una serie de “casuales” estimulaciones cognitivas para validar esta particularidad. Es capaz, sin equivocarse, de recordar la fecha de los cumpleaños de todos los sobrinos y estos suman casi un centenar. Recién cumplido los 80 años tuve la oportunidad de practicarle una resonancia de cerebro. Mis colegas neuro radiólogos no podían aceptar que esta mujer tuviese unas características estructurales en su cerebro de una mujer de 25 años. Por cierto, su locuacidad arrolladora permitió que la información de este examen lo conociera toda la parroquia y claro, mi complicidad filial, lo corroboraba. Tiene una envidiable capacidad para retener y evocar. Su memoria antigua, a largo plazo, es virtuosa.
Su debilidad fue mi abuelo y la devoción hacia él le lleva que, cada vez que repite la misma historia, hay unas pequeñas distorsiones con relación a la anterior contada que le permiten afianzar en sus escuchas que era la hija preferida. Tiene un pequeño desliz en sus vivencias: su memoria autobiográfica, la historia de su vida personal, estrechamente ligada a la emoción, la traicionan. La vivencia esta inclinada hacia una determinada dirección que empuja inconscientemente una emoción positiva: el amor de hija. Esa la gran verdad: cuando contamos algo lo hacemos cada vez diferente. Esta particularidad emotiva es más aguda en las mujeres. La memoria no es una reproducción exacta de las experiencias pasadas y como seres sociales y emotivos que somos, está llena de errores.
Por definición los recuerdos son la memoria de algo pasado. Son el disparo conjunto de un grupo de neuronas. ¿Pueden los recuerdos ser manipulados? Se forman en el hipocampo, esa estructura profunda que llamamos la biblioteca del cerebro y que tiene forma de caballito de mar. El hipocampo tiene también una función especial: edita con imágenes recientes las experiencias del pasado. Sin embargo, su almacenamiento se hace en la corteza prefrontal, área que queda encima de las cejas. Es un proceso dinámico cerebral en donde interviene una síntesis de proteínas y cuya parte fundamental, la emoción, asocia la coyuntura con ese recuerdo.
Quizá el error más común es pensar que los recuerdos son un almacén de fotos o una cámara de videos que proyecta la misma imagen o película cada vez que la proyectamos. Este ejercicio esta tan influenciado que cada vez que los vemos hay un proceso que los modifica y empuja hacia donde nuestra emoción quiere que vaya. Esto se conoce como proceso de reconstrucción. Somos testigos de un hecho: registramos el evento y cuando lo contamos tiene algunas diferencias. El caso de mi tía materna, si le pidiéramos que refiriera nuevamente la historia partiría de la última vez que la contó y no de la foto original. La historia genuina ha tenido ya algunos “retoques”. Hoy sabemos que este relato la memoria lo imprime y con ese recuerdo modificado, queda editado en el cerebro en última versión para su narración subsiguiente.
Hay múltiples estudios experimentales y publicaciones que han demostrados como los recuerdos sufren la influencia de las emociones. Loftus (2013, Medalla de Oro a la Trayectoria Científica) hizo un experimento para demostrar como las preferencias políticas distorsionan los recuerdos. Se mostraron a los sujetos de experimentación imágenes comprometidas de líderes políticos. Los grupos de evaluación eran republicanos y demócratas. Los criterios de culpabilidad se incrementaron cuando a quien mostraban en la foto pertenecía al grupo político opuesto del individuo que juzgaba.
Hay algo fascinante y preocupante en la memoria, la implantación de los recuerdos falsos. En la medida que los grupos de ensayo van contando historias se le implanta recuerdos falsos dentro del relato. Prototipo, Buggs Bunny en la historia de un viaje a Dysneylandia.Esto no es posible: el conejo pertenece a Warner Bross su gran rival. Los individuos terminaban contando que en el viaje a Disney que hicieron habían hablado con Mickey Mouse (cierto) y Buggs Bunny (recuerdo falso implantado). Pues bien, los recuerdos falsos proliferan cuando el terreno donde se implantan está lleno de creencias y convicciones que nos motivan. O que tal la prueba del helado de fresa. Se introdujo en el grupo del experimento, mientras contaban cuentos de infancia, que este dulce les había ocasionado una enfermedad intestinal. La mayoría dejó de comer este helado por temor a repetir la indigestión que había “tenido en la infancia”: implantación del recuerdo falso en el relato que cambia la conducta y modifica preferencias en el presente.
La persuasión, sugestión e imaginación originan creencias no ciertas y estas los recuerdos falsos. Una realidad desde las neurociencias: el cerebro influenciado, espontaneo o intencional, puede modificar los recuerdos. Las lagunas de memoria, normal, hace que el individuo sea vulnerable a que se llenen de información manipulada. Es lo que se denomina el cálculo de probabilidad: los recuerdos, la experiencia y las circunstancias ambientales presentan la nueva película. La mente combina las experiencias pasadas y los momentos recientes. La memoria no es una cámara fotográfica. Estas publicaciones sobre los recuerdos nos han llevado a plantear dudas sobre la maravillosa memoria. Esta es dinámica y cambiante, es incapaz de reproducir exactamente los hechos. ¿Hasta qué punto somos testigos fidedignos?