Cuando llegan los descalabros, se rompen las alcantarillas y aparecen los desechos. Es el precio del fracaso. La condena es inmediata, con el dedo acusador, sin derecho a defensa para los supuestos responsables
En el futbol, el colectivo popular juzga y castiga los errores sin contemplaciones. No cuentan las certezas, bastan los indicios para levantar sospechas, agitadas por las apuestas.
Se señala de la misma manera el delantero que pierde un gol, al defensor que resbala, al portero que pifia, al árbitro que expulsa. Con goles se ocultan las desdichas y en la derrota los pecados emergen.
Jugadores y árbitros cargan con la culpa y la dirigencia no sacude su injustificada indulgencia. No moderniza sus códigos, no ajusta los controles.
Expone a los suyos al escarnio público como si el micrófono y los medios fueran tribunales. Como ocurrió con un directivo del Deportivo Pasto, quien sometió a una paliza a sus jugadores, al acusarlos por arreglos de partidos, sin pruebas conocidas, para justificar sus pésimas campañas.
En Manizales la eliminación de la Sudamericana, activó la frustración de los aficionados.
Tras el descalabro, en el que sus futbolistas más destacados celebraron un triunfo sin ver rodar la pelota, trepados en el bus de la victoria que los conducía a la derrota.
Sus jugadores fueron blanco de las críticas, por la falta de seriedad en la competencia y los fallos en la tanda de penales, preámbulo inadvertido de la dolorosa eliminación que muchos vieron sospechosa.
Es el futbol, a mayor expectativa, mayor profundidad en las derrotas.
Que duras son las caídas. Con castigos desde las tribunas que humillan.