Carolina Montoya

El ciudadano circular

Es casi seguro que los lectores de esta columna han notado, como los suscritos, el viraje en el mercadeo de algunas de las marcas más tradicionales y reconocidas del mundo, aquellas a las que muchos definen como las del “top of mind” o “top of heart”.

Para citar un ejemplo, hace al menos 10 años que Coca-Cola nos invitaba a compartir la chispa de la vida y hoy nos propone ser parte activa de la separación en la fuente y la recuperación de mares y ríos con un válido y entusiasta: ¡hagámoslo juntos!

No es un cambio menor y no es gratuito. Lo que estamos viendo en esos anuncios publicitarios es la respuesta a un hecho contundente: los atributos verdes de una marca, producto o servicio, son cada vez más demandados por los clientes directos o potenciales.

Todas las empresas se han visto avocadas a incluir en su modelo de negocio la generación de valor para el planeta y a comunicarlo, porque lo verde ya no solo da likes, da compras, fideliza clientes desde los valores y conecta con nuevos mercados. Cada transacción es una aprobación a la manera en la que un productor o distribuidor está haciendo las cosas y en la vida política hablamos de la decisión de voto como la herramienta más eficaz para replantear los ideales estatales, planes de gobierno y concepciones de país.

Ahora bien, ¿los consumidores y ciudadanos entendemos y valoramos el inmenso poder de esas dos decisiones?, ¿somos consumidores circulares activos o pasivos?

Parafraseando a nuestro buen colega Joao Saravia, EL PODER DE COMPRA es la gran palanca para transformar toda la cadena productiva. El consumidor es quien tiene el gran poder de hacerle ver al tomador de decisiones de la industria que su producto, marca o insostenible praxis, va en contra de los valores de la sociedad de la que hace parte.

Es tiempo de asumirnos como consumidores proactivos, capaces de hacer sentir nuestra voz a través de cada decisión de consumo (o incluso de inversión). Por dónde empezar, aquí nuestras propuestas:

  1. NO COMPRO LO QUE NO CONOZCO: estar seguro de que toda la cadena de producción cumple con responsabilidad laboral/social, prácticas de comercio y pago justo a los campesinos/productores, de responsabilidad en el uso de los recursos naturales como el agua y una gestión sustentable de todos los desechos, es un NO-negociable.

  2. NO COMPRO LO QUE NO NECESITO: una acción evidente cuando rechazamos, por ejemplo, la práctica del fast-fashion o moda rápida. Las grandes cadenas de ropa mundialmente reconocidas tienen la capacidad de cambiar colecciones enteras, es decir, llenar sus tiendas de nuevas prendas cada 4 a 6 semanas, ¿necesitamos toda esa ropa? o ¿estamos cayendo en una mala práctica alienados por la publicidad?

  3. SI EL EMPAQUE CONTAMINA LO RECHAZO: Este es un punto particularmente complejo, podemos exigir productos que cumplan con un ecodiseño, un empaque reutilizable, compostable o que pueda ser reciclado. Para ello, es importante cuestionar a la marca en un diálogo respetuoso pero contundente, pues pagamos por productos que mínimamente deberán tener una trazabilidad y responsabilidad al post-consumo.

  4. SI LA MARCA APUESTA POR LA INNOVACIÓN, ME AGREGA VALOR: Una mejor versión de producto/servicio representa que quiénes lideran a esa marca, entienden a su cliente, leen hacia dónde evoluciona su mercado y apuestan en grande por ser la mejor opción en el estante (o en el carrito del e-commerce). Lo que yo pague en cada compra contribuye directamente con ese desarrollo innovador, a la creación de empleos de mayor calidad y a la competitividad de esa empresa que seguirá creciendo. ¡La re-compra está segura!

  5. NO INVIERTO EN NEGOCIOS INSOSTENIBLES: Cualquier peso o dólar invertido en una industria insostenible representa un alto riesgo de pérdida de valor para el mediano/largo plazo (incluso para el muy corto plazo en algunas industrias contaminantes). Todos los sectores productivos son susceptibles de una transformación, incluso el sector ganadero, pero debemos empujarlo a ir más rápido e invertir en modelos y tecnologías sostenibles.

  6. ADOPTO UNA DIETA SUSTENTABLE: Sé que difícilmente nos convertiremos al vegetarianismo o al veganismo. Lo que sí podemos lograr es UN PRIMER CHALLENGE, es adoptar una dieta balanceada no sólo desde el punto de vista saludable, sino también sostenible. Por ejemplo, podemos empezar reduciendo nuestro consumo de carnes rojas, blancas y lácteos, y sustituyendo estos alimentos por granos, hortalizas, vegetales y frutas que provengan de sistemas orgánicos y regenerativos con pago justo para las familias que los cultivan.

Acerca del voto y la sostenibilidad la relación es casi evidente, el mundo necesita liderazgos conscientes de la crisis climática por la que atravesamos y la necesidad de una transición justa en la que “nadie se quede detrás” como solución. El esfuerzo individual no bastará, se necesita re-diseñar políticas públicas capaces de traducirse en acciones que nos permitan corregir el rumbo como sociedad, dándonos una mayor calidad de vida como ciudadanía y mejores oportunidades de prosperidad como individuos.

Particularmente Colombia tiene un gran reto en su futuro inmediato, elegir presidente. Ustedes, nuestros lectores, ¿ya saben qué propuestas tienen los candidatos para ganar la carrera contra el calentamiento global?, ¿saben si proponen más o menos inversiones en energías renovables, si traen un plan para el manejo de los residuos a largo plazo, si promoverán la creación de negocios verdes?

La buena noticia es que todavía hay tiempo para buscar estas y otras muchas respuestas, la mala es que se nos está acabando el tiempo para pasar a la acción y esa comienza en las urnas.

Esta es una invitación a convertirse en un ciudadano circular, uno que reconoce y es dueño del poder detrás de su decisión de compra y el poder de su voto.

Cambiemos el mundo con lo que ponemos en la bolsa de compras y el cuadro que marcamos en la tarjeta electoral.

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Carolina Montoya
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