El país en nuestras manos: ¿para dónde remamos?

Se nos puede ir el país entre las manos y no podemos permitirlo. No solo quiénes tenemos una responsabilidad desde el servicio público, sino todos los sectores de la sociedad, debemos unirnos más que nunca para defender y sacar adelante a Colombia. 

No podemos desconocer el sentimiento de desesperanza de una parte importante de la población que pide cambios drásticos. Muchas de estas personas sienten que es un momento disruptivo y han salido a manifestar legítimamente su descontento por reclamos de años que han sido desatendidos. Es cierto. Colombia es un país sumamente desigual, lleno de problemas que no se pueden ocultar. Además, la sociedad está hastiada de la corrupción y la dilapidación de los recursos públicos.

Sin embargo, los aires de revolución tan agitados en los últimos días no nos pueden cegar frente a la construcción de un futuro estable y próspero para nuestra patria. No podemos dar un salto al vacío y dejarnos llevar por el afán de poder de algunos pocos o por el oportunismo mezquino de quienes no buscan lo mejor para Colombia sino para ellos mismos.

Lo que debe surgir de todo esto es una profunda reflexión desde todos los sectores de la sociedad para trazar una hoja de ruta clara. Para dónde vamos, qué necesitan los ciudadanos más vulnerables, qué decisiones hay que adoptar en el corto y mediano plazo para impulsar los programas sociales y económicos. Tenemos que remar hacia la misma direccion, unidos, sin protagonismos de ninguna clase.

Lo primero que podemos acordar entre todos es desligar dos fenómenos que se han reflejado en el reciente paro. Una cosa es la protesta ciudadana legítima que debe ser escuchada, atendida y nos tiene que llevar a un diálogo constructivo con todos los sectores, el cual ya se ha iniciado. Otra cosa es el vandalismo y terrorismo escalonado, financiado por grupos al margen de la ley en complicidad con el narcotráfico y una mezcla explosiva de guerrillas, disidencias de las Farc y bacrim con una clara agenda de desestabilización que le hace un profundo daño a Colombia.

Es doloroso ver que una tierra tan rica y hermosa como la nuestra no haya vivido una sola época de paz absoluta. Tristemente la violencia se nos volvió costumbre y parece que la lleváramos arraigada en nuestro ADN, pero a esto debemos ponerle punto final. Las nuevas generaciones reclaman un país distinto y debemos poner todo de nuestra parte para hacerlo realidad. Toda vida vale. Toda muerte debe dolernos por igual.

Los casos aislados de uso desmedido de la fuerza por parte de algunos miembros de la fuerza pública tienen que particularizarse, investigarse y condenarse. Por supuesto, esto debe ser visibilizado para que no se repita. Sin embargo, no podemos caer en la generalización ni estigmatización de nuestros policías y militares. ¿Qué sería de este país con años de guerra sin una fuerza pública que ha defendido y protegido a tantas familias a lo largo y ancho del territorio nacional? Les debemos mucho y no podemos permitir que su nombre sea ensuciado ante la opinión pública nacional e internacional.

La comunidad internacional también debe conocer que existe una agenda de desestabilización para desacreditar a la fuerza pública y así debilitarla. Con esto, los grupos al margen de la ley, alimentados por el narcotráfico, se ven beneficiados para seguir ampliando su negocio perverso de guerra y muerte. Necesitamos urgente construir una gran agenda de política exterior, contando todo lo que está pasando, para que el país no siga siendo estigmatizado en otras latitudes a donde llega la información a medias o descontextualizada. 

Son los vándalos y terroristas, que no tienen nada que ver con las protestas legítimas, los que atacan a la población civil y esto tiene que saberse en todo el mundo. Además, debemos coincidir absolutamente todos los sectores de la sociedad en rechazar estas manifestaciones de violencia desmedidas que no nos llevan a ningún lado. Y si acaso hay algún sector que no lo censura con claridad, entonces debemos preguntarles si se ven beneficiados de alguna forma o exigirles respuestas contundentes de cara a la ciudadanía. 

Cerremos con una reflexión. Antes de la pandemia, Colombia venía ganando terreno en términos de lucha contra la pobreza y la desigualdad, así como también incrementando el aparato productivo. Ciertamente, la llegada del Covid-19 afectó en gran medida estos avances y hoy se habla de un retroceso de años en el PIB. No obstante, y a pesar del pesimismo en el ambiente, hay confianza en que podemos retomar las sendas de reducción en pobreza y desigualdad, y adicional, el Fondo Monetario Internacional prevé que nuestro país crecerá este año al 5.1%, retomando niveles pre-pandemia.

Lo anterior nos dice que podemos recuperar lo perdido si nos concentramos en ello y ponemos todo de nuestra parte. Debemos apoyar al Gobierno Nacional en la lucha contra la pobreza con programas como Ingreso Solidario que a la fecha ha beneficiado a más de 3’100.000 familias y busca extenderse a muchísimos más hogares vulnerables con una renta básica. Trabajemos juntos por esto, por los colombianos que menos tienen, por disminuir esas grandes inequidades que nos laceran en lo más profundo de nuestra sociedad.

Necesitamos tomar un nuevo rumbo que quiebre la desigualdad histórica. Por años hemos denunciado que existen algunos sectores poderosos que tradicionalmente se han beneficiado del crecimiento económico del país y se quedan con gran parte de esa riqueza. Allí es donde tenemos que profundizar para generar un equilibrio desde el punto de vista económico que le permita a la sociedad colombiana crecer y tener oportunidades. Es hora de acabar con esas diferencias tan abismales: que mientras una parte de la población se queda rezagada, otros ganan, ganan y ganan. ¡Ya no más!

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