El palacio del fuego subterráneo

“Ay de quien temerariamente aspira a saber lo que debería ignorar”, se encontraba grabado en la hoja del sable que el califa Vathek adquirió a un espantable personaje del que los astros ya habían anunciado su visita, tal y como lo relata Beckford en su cuento árabe, escrito cuando contaba con veintiséis años -los mismos que tenía Rómulo Rozo ciento cuarenta años después cuando se puso en la tarea de esculpir una extraña figura tan imaginativa, dentro de los limites de un pequeño bloque de granito, como lo es el cuento del escritor inglés en sus apenas cien páginas-.  A esa edad, o muy cercano a ella, el imaginario Adrian Leverkühn pactó con el diablo para alcanzar la cima de su arte musical, como también otros, muy reales, pienso en los que conforman el llamado “Club de los 27” entre los que se cuenta el legendario músico Robert Johnson, según revela el documental “La encrucijada del diablo”. Unos confundidos entre realidad y ficción, como es el caso del protagonista de “Doktor Faustus” que construyó Thomas Mann a partir de retazos de la vida de Nietzsche y del músico Hugo Wolf, y otros del mundo real que terminaron convertidos en personajes de leyenda.

Algo por ese estilo presiento que ronda a la Bachué, en mi caso la copia, la de bronce, el calco que no puedo mirar sin verle su lado oscuro desde que se encuentra instalada en medio de esa especie de jaula de pájaros, con su círculo abierto en el techo para atrapar estrellas, que construí expresamente para ella, mientras resuenan en mí las palabras: “Ay de quien temerariamente…”

Muchos la consideran bella y seductora sin siquiera parar mientes en su aspecto monstruoso: sus piernas son serpientes que se entrelazan, no tiene brazos y su rostro es inexpresivo, los ojos y la boca se ocultan por franjas de fría geometría. 

En “Otras inquisiciones” Borges dedica un corto ensayo a “Vathek” con el que me topé cuando acudí a sus escritos, buscando en ellos una pista que me lleve a desentrañar el misterio escondido en esa extraña escultura cuya copia me ha acompañado durante casi tres lustros y que tan solo ahora muestra su lado siniestro cuando estamos pasando por uno de los momentos más terribles de toda nuestra historia. Es como si el mal quisiera demostrar su poder, algo que resintió Mann cuando escribió su Fausto en plena Segunda Guerra Mundial. Leer el cuento de Beckford y especialmente la lectura que del mismo hace Borges cobra pleno sentido y nos ayuda a comprender lo que hay en el fondo abismal al que pretenden conducirnos. En Fausto, dice Borges, “el Infierno es el castigo del pecador que pacta con los dioses del Mal; en este es el castigo y la tentación”. Veamos por qué:

El horrible mercader ofrece al ambicioso y lúbrico califa que abjure de su fe y adore los poderes de las tinieblas para acceder al Palacio del fuego subterráneo y disponer de todos sus tesoros. Primero cae en la tentación y expropia a ricos y pobres para llenarse de la pompa necesaria para acudir a la infernal cita, con la ilusión de infinitas riquezas de las que dispondrá al sellar el pacto con el Maligno que le permitirá resarcir con creces la miseria causada. Desde luego eso no ocurre y el castigo no es solamente lo que le espera sino que lo sufre en vida, él y todo su pueblo. No solo se confunde castigo y tentación, sino que, para acceder a lo pactado -éxito, gloria, riqueza, placeres infinitos-, transforma su reino en un infierno.

Algo así ocurre con el pacto diabólico que propone la izquierda radical en nuestros países. Lo vemos en Venezuela y lo veremos en Perú -ojalá no en Colombia-, miseria para llegar al paraíso comunista que es el mismo infierno.

En la casa del embajador de Inglaterra, tierra de Beckford, estará instalada la Bachué durante una semana. La instalaré sobre un circulo oscuro que evoca la fuente original de la que hacía parte pero también el abismo.

P.S.: Beckford, curiosamente, escribió su Vathek en francés. Su traducción, realizada por otro, se publicó primero que el original como “An Arabian Tale from an unpublished manuscript”. La traducción de la Bachué (me permito llamar así a la versión en bronce fundido en Colombia de lo que es granito checo), se le adelantará al original en su viaje transatlántico a la Inglaterra que, según la opinión del historiador Trevor-Ropper, no ha creado ningún mito de importancia.

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