Golpeada la afición colombiana, vivió los últimos días con agitación extrema, entre el sinsabor y el disgusto, con rechazo al entrenador Queiroz y a los futbolistas, por la pobreza de las exhibiciones de la selección Nacional. A los futbolistas, no se les desconocen sus facultades, pero si el salto de la humildad a la vanidad.
James cambió la felicidad de su fútbol en el Everton, del que el mundo tanto habla, a la depresión en el combinado patrio. Con desmentidas no solicitadas, que equivalen, como dice el refrán, a acusaciones manifiestas, para justificar supuestas conductas. Todo tan distinto a lo que ocurría hace poco, cuando el vestuario, sin enlodarse, era alegría…Era armonía.
Colombia, después de abultadas derrotas, se convirtió en un polvorín, por ausencia de líderes.
Incapaz Queiroz de erradicar los viejos vicios, legado maldito del proceso anterior que prohijó, con tolerancia, desmanes y berrinches, nunca logró la confianza de los futbolistas.
Mientras los directivos evalúan el caos, dándose largas en los tiempos para decidir, ante la lejanía de los próximos partidos, proliferan candidatos en la feria del empleo, sin que la salida de Queiroz haya sido oficializada.
Demostrado queda ahora que un cualquiera no puede ser el director técnico de la selección Colombia. Y qué injusto es estigmatizar entrenadores nacionales, con rechazos por caprichos, prejuicios, o broncas personales.
Tan dañino como el desenfreno de periodistas argentinos tratando de manipular un nombramiento, ensalzando a sus protegidos. Es querer reinar en un corral ajeno.