El pozo abismal del pasado

“Y abrió el pozo del abismo, y subió humo del pozo como humo de un gran horno; y se oscureció el sol y el aire por el humo del pozo.”

Apocalipsis 9:2-11

¿Qué quiere decirnos La Bachué? Es la pregunta que gravita alrededor del proyecto que he venido desarrollando a partir del calco en bronce de La Bachué de Rozo y no propiamente de la original en piedra que talló por allá en 1926 el joven escultor chiquinquireño instalado en París. Han pasado, como ráfagas, los meses transcurridos desde que se me propuso llevarla a Londres y particularmente este julio, con el que comenzó la segunda mitad del presente año, ya se está sumergiendo en las aguas oscuras del pozo abismal del pasado con un afán que nos deja estupefactos. 

De ese abismo emergen, como humo que se esfuma, inquietudes y preguntas que se confunden en una red de hilos finos, como si se tratara de una telaraña en la que cualquiera queda atrapado. Buscamos la salida animados por la ilusión de creer que desde afuera se verá con claridad lo que hasta ahora es solo confusión de puntos que al unirse generan coincidencias, encuentros fortuitos, azares del destino o casualidades.

Cuando vemos nuestro transcurrir como si tuviese un guion escrito del que no conocemos su trama, nos sentimos fascinados y ansiosos por encontrar un sentido, rescatando de ese pozo abismal del pasado lo que apenas se nos revela difusamente, como ocurre con algunos sueños. 

No hay día en que no me cause intriga algo nuevo que se descubre detrás del velo que cubre a La Bachué. Por poner un ejemplo, me permito compartir ciertas consideraciones sobre la firma de Rozo que se encuentran grabadas en el granito y se ven con claridad en el calco. No es solo una, son tres, dos se confunden en la obra, la otra está tallada en el borde inferior.

La primera, la más intrigante, está compuesta por dos cuadrados alineados y unidos de donde surgen líneas de fuga que rematan en tres puntos que al unirse conforman un triángulo isósceles tan característico de los signos masónicos y arriba de ella una pequeña cruz. Esa firma, tan sofisticada en su diseño, es la que caracterizó al artista. En la de Rozo como en la de Alberto Durero son las iniciales las que conforman un elemento que podríamos llamar arquitectónico.

La segunda es muy particular por las diez letras del nombre y apellido del artista conformando signos masónicos, encuadradas y rodeando el cono superior de la obra. 

La tercera en letra imprenta el nombre y apellido del artista, el signo de las dos erres y París 1926.

Cada una de las firmas genera preguntas:

  1. ¿Por qué hacer tan visible el vínculo del escultor con la masonería a través de la firma?

 

  1. En las fotografías de 2018 en las que aparece el recién derribado monumento al masón Benito Juárez, erigido en 1959 en Veracruz por el masón Rómulo Rozo, destaca la losa del signo de las dos erres y su cruz, rota en el medio, como lo fue La Bachué. Lo que reclamaron como un hecho de vandalismo algunos intelectuales colombianos no fue otra cosa que un acto antimasónico como los de Franco ordenando el derribo de todo monumento masónico de los muchos que había en España. ¿Será que La Bachué (la original, la de piedra) fue rota por antimasones? 

 

  1. ¿Qué necesidad había de resaltar que fue firmada en París en 1926? ¿Sería firmada posteriormente para desvincularla del Pabellón de Colombia en Sevilla de 1928 y hacerla ver como una obra realizada “por amor al arte” y no contratada?

 

  1. Queda el interrogante de por qué en una de las firmas, la de las iniciales con signos, aparece el apellido con S y no con Z como se le conoce. No me veo firmando SALAZ por más elegante que pueda parecer.

 

Una diosa sin brazos visibles, en vez de piernas serpientes y con su propio significado, alejado de sus orígenes muiscas para transformarse en arquetipo universal, es esta Bachué que genera más preguntas que respuestas.

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