Es em van inflar els collons

Hay una palabra en la lengua catalana que no tiene equivalente en otros idiomas; por lo menos en castellano es necesario acudir a una definición para saber su significado: seny. Algún diccionario la define como “característica atribuida a las personas originarias de Cataluña que consiste en la ponderación y prudencia al hablar u obrar”.  En dos palabras, seny vendría a ser lo mismo que sentido común.

Durante muchos años, pensé que efectivamente los españoles nacidos en esa región estaban ungidos por aquel atributo. No tenía especiales razones para tal convencimiento, pero ya que aquello era una creencia tan difundida terminé por asumir yo también ese lugar común, como sucede con las generalizaciones muchas veces injustas que oímos sobre algunas gentes: que si tales o cuales pueblos son lerdos, tacaños, violentos, perezosos, etc.

Los acontecimientos de los últimos años en Cataluña han terminado, al menos para mí, con aquella ensoñación. Y esta semana, lamentándolo mucho por los buenos y queridos amigos catalanes que tengo, me llega una noticia que termina por convencerme de que aquel territorio español —sí, español por más que lo nieguen los talibanes nacionalistas que alegan lo contrario— está en manos de unos gánsteres que solo saben lamentarse, mentir y manipular la realidad.

Me entero de que en las islas Baleares, territorio insular ligado a Cataluña por la historia, la lengua y la cultura, abrirán expediente que implica la pérdida del puesto de trabajo a los médicos que atiendan a sus pacientes en castellano, la lengua vehicular de toda España, y que hablamos en el mundo quinientos treinta y cuatro millones de “bestias salvajes”, como nos definió por tal fundamento el penúltimo gobernador de aquella ínsula

Por razones que no vienen a cuento estoy ligado a Baleares hace años, viajo con cierta regularidad a Menorca, una de esas islas, y únicamente pensar que si tengo que ir al médico y el profesional que me atienda está obligado a hablarme solo en catalán, es algo que me subleva. Precisamente en razón de los vínculos afectivos que me unen con unos cuantos catalanes, alguno de ellos nacionalista si no abiertamente independentista, habría preferido no tener que expresar lo que aquí digo; pero es em van inflar els collons. ¡Qué estupidez! ¡Qué falta de sentido común! 

Llevamos, por culpa de los dos grandes partidos españoles —Partido Socialista y Partido Popular, que se sirvieron del nacionalismo catalán para formar gobierno durante varios lustros— asistiendo hace años al espectáculo impresentable de un independentismo de pandereta, con episodios que ni los mismos catalanes entienden muchas veces y el resto de los españoles abomina hace tiempo.

Cuando el Fútbol Club Barcelona juega un partido en el Nou Camp, el estadio de la capital catalana, una buena parte de la hinchada monta un numerito reivindicativo al llegar al minuto 17:14 de juego. Recuerdan así unos acontecimientos ocurridos el 11 de septiembre de 1714 alrededor de los cuales se ha creado una mitología con la que Cataluña ha sido víctima de la manipulación y desinformación de quienes prefieren no esforzarse en comprender su pasado. 

Ideólogos, políticos y periodistas dedicados a distorsionar la historia, han hecho una labor de zapa con la complicidad irresponsable de socialistas y populares en los últimos años. Y el resultado son estupideces de ese calibre: que un médico no pueda entenderse con su paciente en una lengua que ambos conocen, porque el doctor arriesga a perder su puesto trabajo denunciado por un asistente, por una enfermera o incluso por un familiar del paciente, como ocurrió esta semana.

Cuando España recuperó la democracia, Jordi Pujol, un gánster hoy acusado junto a su mujer y sus hijos del robo de cientos de millones de euros, escogió en mala hora el 11 de septiembre para celebrar el día nacional de los catalanes, la Diada, como llaman allí. Eligió una fecha que se remonta a 1714 argumentando “la triste memoria de la pérdida de nuestras libertades”, ignorando que “libertades” tenía entonces un sentido medieval, y se refería concretamente a los privilegios administrativos, no al concepto actual de libertad.

Aquel oscuro e ignorado episodio de la Guerra de Sucesión española fue tomado por los independentistas para excitar las emociones y estimular el apoyo a políticas nacionalistas muy parecidas a las de la Alemania nazi de Adolfo Hitler. Noventa millones de euros se gastaron hace siete años en el “Tricentenari del 1714” en propaganda encomendada a dos periodistas, sin considerar siquiera la posibilidad hacer con ese dinero una buena investigación histórica.

Ya que se sienten tan ligados al Barça, y que ese club de fútbol es como el buque insignia del nacionalismo catalán, veo en la reciente pérdida del mejor jugador del mundo todo un signo de los tiempos, la decadencia de una región que fue próspera y rica, de la que hoy huyen las empresas y la gente, ésa sí, con sentido común.

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