Cuando leí sobre Michelle Alejandra Arellano, la niña mexicana con un coeficiente intelectual de 158 que estudia tres carreras universitarias al mismo tiempo, no pude evitar preguntarme: ¿Y si Michelle hubiera nacido en Colombia, habría tenido las mismas oportunidades? ¿O su inteligencia habría sido un obstáculo en lugar de un talento por desarrollar?
En nuestro país, la educación suele estar pensada para la media, para los estudiantes que avanzan al ritmo establecido en los currículos. Pero, ¿qué pasa con aquellos niños y niñas que aprenden más rápido, que cuestionan, que requieren desafíos constantes? Muchos de ellos terminan atrapados en un sistema que no los comprende ni los impulsa.
Michelle no solo tuvo que demostrar su talento, sino que su madre tuvo que luchar contra la resistencia de un sistema que, en lugar de potenciar sus capacidades, la rechazaba. Cinco escuelas le cerraron las puertas. Y en Colombia, ¿cuántos niños y niñas prodigio están siendo ignorados simplemente porque el sistema educativo no sabe qué hacer con ellos?
Veo esta realidad de cerca. Conozco casos de niños con habilidades sobresalientes que terminan aburriéndose, desmotivándose o incluso dejando de destacar para encajar. Nuestro sistema educativo rara vez ofrece aceleración de grados, programas especiales o acompañamiento especializado para niños con altas capacidades. En cambio, los nivela, los homogeneiza, los reduce a “promedios”.
Pero el problema va más allá de la estructura del sistema. ¿Están nuestros docentes preparados para desafiar a estos estudiantes? ¿Se les forma en estrategias para educar a niños con altas capacidades? Muchas veces, la falta de capacitación lleva a que se perciba a estos niños como un “problema” en lugar de un reto emocionante.
No se trata solo de producir “genios” o futuros profesionales brillantes. Se trata de formar personas íntegras, con valores, con sensibilidad social y con herramientas para desarrollar su potencial. Michelle no solo estudia medicina, derecho y ciencias políticas; también practica deportes, toca instrumentos y ha representado a su región en competiciones nacionales. La formación de un niño prodigio no es solo académica, es integral.
El talento no debería ser una carga. Como país, debemos cuestionarnos: ¿estamos listos para apostarle a una educación que identifique, valore y potencie a nuestros niños genios? O seguiremos dejándolos caer en el pozo de la desmotivación, la indiferencia y la incompetencia de un sistema que no está preparado para ellos.
Es momento de hablar sobre esto. No podemos seguir perdiendo talentos por culpa de un sistema que no sabe cómo abrazar la genialidad infantil.