En una esquina Dudamel, en la otra Torres, porteros en sus años jóvenes, con escaso margen de error en el cierre de encomiables campañas, como pilotos de clubes entusiastas, consistentes, decididos.
El venezolano con futbol simple, con adaptabilidad de sus intérpretes a los que rescató entre tormentas cuando cambiaron de timonel en medio de la temporada.
Adecuado a las circunstancias, con sentido común…que no es común entre los técnicos. Convencido del poder renovador, con futbolistas jóvenes, uno de los soportes de su apuesta.
Hernán Torres, sin arabescos tácticos. Reconocido su credo, con un equipo armado a su imagen y semejanza: Más efectivo que estético, físico e implacable, que llega como campeón reinante.
Cada uno con sus formas. Cali vistoso, con jugadores que se asocian con la pelota; los “vino tinto”, con el dominio del espacio. Cali con sus toques, su rival con sus fulminantes contra ataques.
Tolima con fuertes sacudidas, en las jornadas semifinales, contra Millonarios y Alianza. Salió de apuros con sus recursos, los que rescató en instantes oportunos, sin depender de otros resultados. Por poco se le incendia la casa.
Cali vivió sus afugias en el intermedio de la campaña, forzado a darle un viraje a su juego desde la administración táctico-técnica.
Tolima impulsado por un portero seguro, por años sustituto, y su delantero Ramírez, goleador inadvertido con diez tantos, que ha pasado más tiempo en la oscuridad del banco.
Cali con las manos prodigiosas de su guardameta De Amores, quien entre dudas y sobresaltos encontró el candado para su portería y la interminable influencia de Teo Gutiérrez, tan capaz con la pelota como con su lengua provocadora.
Sin duda final perfumada, tras quedar en el camino Millonarios, que se quedó sin gasolina a metros de la meta, Nacional que volvió a construir una casa en el aire desde los medios aliados y América con irreparables fallos en su motor.