Largas son las semanas. Con debates encendidos, en fuera de lugar, de dirigentes que cada vez se quieren menos, con mayor altanería, y patanería.
La pelota inactiva, aislada en el depósito, como si estuviera infectada.
Divisiones internas, amenazas de exclusión para castigar la rebeldía de los clubes adversos a la administración, flexibilidad en los protocolos y agravios chocantes, comunes desde meses pasados, ensombrecen el camino de regreso en el fútbol colombiano.
Se dicen entre ellos parásitos y lunáticos, con la misma ligereza que a las niñas futbolistas, alguna vez, las tildaron de lesbianas, y a los jugadores los señalaron de “prostitutas”.
A los equipos los estigmatizan por pobres y los llaman de garaje, aquellos cuyos clubes representados no ocultan sus desgracias financieras. Algo nunca visto, por la ausencia de respeto.
De fútbol poco o nada, porque el directivo defiende el negocio, al igual que el medio oficial, los futbolistas, los patrocinadores y los empresarios.
Esclavos todos de palabras y de egos.
El presidente en desgracia, hace 20 días lo tenía todo, hasta la posibilidad del mando superior en la federación, por el acoso judicial a los actuales dirigentes; hoy, con la carta de renuncia firmada, espera por su indemnización para su partida. Es una víctima más, como tantas a lo largo de la historia, de hipocresías y traiciones y, como buen político, de las promesas no cumplidas.
Por desgracia, se reproducen denuncias de fiestas, asados, parrandas pesadas y desbordes sexuales de algunos futbolistas. Qué panorama desolador. La situación no pinta bien. Qué lástima, porque el fútbol es la pasión del pueblo.