El 07 de agosto es la fecha en la que se conmemora la victoria de la Batalla Boyacá (1819) y, a su vez, marca el inicio, el término o, simplemente, un año más de mandato presidencial.
Hoy será recordado como una fecha en la que mientras la Administración por Sobresaltos (en su recta final) iba a la frontera con el Perú a buscar un conflicto, el país genuinamente democrático se expresaba en las calles para decirle a Petro que no cuenta más con el respaldo popular para ningún tipo de aventura antidemocrática. Petro, y su gente, tienen hastiado al país.
El atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay, hace dos meses, y la reciente detención contra el presidente Uribe Vélez son dos claros ejemplos de la manera en que el “progresismo” viene acorralando brutalmente a un segmento importantísimo de la oposición. De hecho, a los sectores no uribistas también se les hostiga peligrosamente. Para los pontífices de la lucha armada, cualquier moderado es paramilitar o fascista. Esos son sus niveles de tolerancia y de cultura democrática.
Así, pues, la marcha programada para hoy no es, en estricto sentido, una marcha en contra de la decisión judicial que condenó -en primera instancia- al presidente de la seguridad democrática a doce años de prisión. La marcha va un paso más allá y es por la salvaguarda de la democracia y el rechazo total a una guerra ladinamente llamada “paz”.
Indudablemente, Uribe fue declarado como un objetivo estratégico de altísimo valor al convertirse en el liberal más importante después de Alberto Lleras Camargo o del mismo Rafael Núñez porque extraditó a los paramilitares rumbo a los EE.UU. y a las FARC le propinó los golpes estratégicos más espectaculares que se haya visto durante la vida de esa agrupación terrorista. Razones de peso para exterminar lo que huela a uribismo.
En 2010 esta guerrilla agonizaba militarmente y fue Juan Manuel Santos Calderón, elegido por Uribe, quien revivió a los terroristas para legalizarlos so pretexto de un mal llamado acuerdo de paz. Nadie trabajó tanto por las FARC como el mismo Santos, ni siquiera Pedro Antonio Marín-alias Tirofijo. Todo a nombre de la “paz”, ¿cierto?
Desde el ángulo de la guerra subversiva, la sentencia que pesa en contra de Uribe Vélez es el precio que tiene que pagar por combatir a las FARC. Cosa similar al precio que el senador Uribe Turbay ha tenido que asumir porque su abuelo, el presidente Julio César Turbay Ayala, combatió frontalmente al M-19. El odio heredado fue, en gran medida, el motivo del atentado en contra de su nieto.
Tanto el atentado sufrido por el senador Uribe Turbay como la condena, de primera instancia, en contra del presidente Uribe Vélez representan la manera en que los radicales, operadores de la lucha armada, machacan a ese sector de la oposición y avanzan temerariamente hacia la última etapa de la lucha armada.
Estas dos situaciones hablan por sí solas y los colombianos con talante democrático marcharán hoy para decirle a los radicales que rechazan explícitamente cualquier intento de proseguir hacia la dictadura del proletariado. Ni encarcelando ni asesinando a la oposición y, mucho menos, creando un conflicto internacional con Perú, la Administración por Sobresaltos se atornillará a los resortes del Ejecutivo para esquivar los varios casos judiciales que rondan a Petro y dar el paso estratégico que conduzca al estadio máximo de la guerra irregular.
Revivir un conflicto con el Perú, como en tiempos del presidente Olaya Herrera, para buscar respaldo popular y apoyo nacional es algo que no conseguirán con facilidad. Este tema debe ser investigado por una comisión internacional y gestionarlo con las credenciales presidenciales que Petro no tiene.
La repungnante táctica es conocida y de manual, así como el santismo y las FARC dijeron que los que no apoyaban el acuerdo de La Habana eran paramilitares o fascistas tampoco vamos a caer en la trampa tendida para llegar a creer que si no se apoya a Petro, en una agresión al Perú, se es un traidor a la patria.
Un tema de esta naturaleza debe ser tratado con la altura, dignidad y responsabilidad que tuvo, en su momento, el presidente Olaya Herrera y de la que carece, por completo, Gustavo Petro. Por ello, no es el momento para evocar al, en ese entonces, jefe conservador, Laureano Gómez Castro, que decía: “paz al interior, guerra en la frontera.”