
Guanabacoa es una población en la provincia de La Habana con más de cuatro siglos de existencia y el encanto de las viejas villas cubanas. Los nombres de sus calles y casas evocan el tiempo en que la localidad recibió los barcos negreros con esclavos procedentes de África. Así se llamó precisamente en otra época la que hoy se conoce con el nombre de Aguacate; y en otra de sus vías, la calle Martí, hay un museo de santería con una sala particularmente chocante, por lo menos en el tiempo en que hace años la visité: recuerdos y fetiches de la Revolución junto a la parafernalia de rituales yoruba.
La armonía de creencias religiosas africanas con el movimiento que llevó a Fidel Castro al poder viene de lejos. De hecho, el secretismo de una de aquellas prácticas ancestrales, los abakuas, fue de gran ayuda para la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista; lo narra con lujo de detalles la novela de Manuel Coufiño Cuando la sangre se parece al fuego.
Y la iconografía de la revolución no parece ajena a la santería. Recuerdo haber preguntado al historiador de La Habana, Eusebio Leal, el porqué de los colores rojo y negro, emblemáticos del movimiento guerrillero. “Representan la sangre de nuestros héroes y el luto por nuestras víctimas”, fue la respuesta de aquel funcionario del régimen.
¿Decidieron llevar luto antes de morir? Curioso. Más bien he creído siempre que eran la enseña de Oggún, deidad yoruba que custodia los caminos y, entre otros, “protege” a los combatientes. Pues bien, la lectura del libro de Gerardo Reyes sobre Alex Saab, el empresario barranquillero que se hizo multimillonario a la sombra de Nicolás Maduro, me ha descubierto que la revolución bolivariana también cojea de ese pie.
Lo sospechaba, pero los datos que aporta Reyes vienen a confirmar que en el vecino país se toman decisiones que afectan a la vida de los venezolanos, después de consultar con el más allá. María Lionza, deidad autóctona venezolana cuyo monumento se encuentra en una conocida avenida caraqueña, no parece ajena a ese sincretismo de poderes temporales y extraterrestres.
El régimen cuenta con una suma sacerdotisa conocida como Gran Yolba, que se ganó el favor de Hugo Chávez por anunciarle con dos meses de antelación, el golpe de Estado de que sería objeto en 2002. Desde entonces, Gran Yolba tiene un ascendente sobre el régimen más grande de lo que podamos imaginar.
Hasta la médium oficial de Simón Bolívar llegó Piedad Córdoba, ex senadora colombiana que, según el relato de Reyes, fue la introductora de Saab en el círculo más cercano al poder en Venezuela. Allí no se toman decisiones trascendentales sin consultar antes con la médium. Y así les va, digo yo.
Pero uno de los pasajes más sabrosos del libro, no desmentido por la ex senadora que le confirmó al autor su amistad con la santera, es aquel en el que se narra cómo Piedad Córdoba se unió a un ritual de sacrificio de animales. “Tomó una lengua de res, se la puso entre las piernas y “empezó a insertar clavos en ella, diciendo el nombre de sus enemigos para callarles la lengua… Luego tomó un corazón de vaca que también perforó con clavos oxidados’”. La lista de los “atendidos” en aquellas sesiones es larga, pero cualquier lector de prensa colombiana puede adivinar fácilmente algunos nombres.
Los líderes de las Farc también pidieron la intercesión de Yolba con el más allá, pretendiendo con ello recuperar la vista del comandante Jesús Santrich y para que los llevase hasta el paradero de la espada del Libertador, escondida en el apartamento de un masón en Bogotá. Con lo de la vista de Santrich evidentemente fracasaron, pero hallaron la famosa espada en el apartamento bogotano y a su morador completamente trastornado. “¿Loquito?”, pregunta Reyes. “Sí, sí. ¡Qué pecado!”, Responde Córdoba.
En uno de aquellos rituales espiritistas Simón Bolívar, encarnado en el cuerpo de la santera y hablando con su voz, con la voz del mismísimo Libertador, no con la de la Gran Yolba, le dijo a Piedad Córdoba que ella sería presidente de Colombia. ¡Señor, Señor, por fin una buena noticia para este atormentado país!, y de fuente enteramente confiable.