Helmuhd Luvin Moreno Guevara

Comunicador Social - Periodista, MBA y Especialista en Alta Gerencia, con más de 20 años de experiencia en comunicación digital, marketing y periodismo. Docente universitario, apasionado por la inteligencia artificial, las redes sociales y la innovación tecnológica.

Helmuhd Luvin Moreno Guevara

Información desdibujada con inteligencia artificial

Las noticias falsas o fake news no nacieron con internet. Mucho antes de esto, ya existían formas primitivas pero efectivas de desinformar. Desde panfletos políticos en la antigua Roma, rumores impresos durante las guerras y hasta el famoso periodismo amarillo que coloreó con sensacionalismo buena parte del siglo XIX. No obstante, el verdadero punto de inflexión se produjo en la última década con la irrupción de las redes sociales y la masificación del acceso móvil, transformando no solo la manera en que consumimos contenido, sino también la rapidez y la intensidad con que lo creemos.

Las fake news encontraron en plataformas como Facebook, X (antes Twitter) o WhatsApp, un terreno fértil para propagarse con una rapidez inusitada. A diferencia de los tradicionales medios de comunicación masiva, donde las publicaciones pasan por múltiples filtros y verificaciones, en estas plataformas digitales un simple “compartir” basta para poner a circular una historia ante miles de personas en segundos.

Entre las características más peligrosas de estas noticias falsas está su capacidad de viralizarse apelando a nuestras emociones más intensas como el miedo, la indignación o la sorpresa. Todo parece un espectáculo montado con informaciones impactantes y llamados alarmistas. Hoy en día, muchos contenidos ni siquiera requieren lectura para ser compartidos. Su impacto reside en la primera impresión visual, convirtiendo al espectador en un "homo videns", término acuñado por Giovanni Sartori. Este concepto describe al individuo cuya capacidad de abstracción textual se ve disminuida por la avalancha de imágenes, llevándolo a aceptar lo que ve como una verdad irrefutable.

Lo más peligroso de toda esta puesta en escena, está del lado de las personas que deciden creer cualquier información que va apareciendo en cadenas y reenvíos sin verificar la información antes de compartirla o de darla como cierta. A veces, incluso, este tipo de informaciones simulan la apariencia de medios legítimos con logos parecidos, URLs casi idénticas y nombres de autores inventados para engañar más eficazmente a los usuarios. El objetivo no es informar, sino manipular. Y en ese juego, el rigor es un estorbo

A todo esto, se suma la participación de bots y cuentas falsas que inflan artificialmente la popularidad de ciertos contenidos. De esta forma, se crea una ilusión de consenso que empuja al usuario promedio a pensar: “si tantas personas lo comparten, debe ser cierto”.

El problema se agrava con los algoritmos de las plataformas, diseñados para mostrarnos lo que ya queremos ver. Así nacen las cámaras de eco y las burbujas de filtro, donde nuestras ideas se refuerzan constantemente y la posibilidad de cuestionarlas se reduce al mínimo. En este entorno, las fake news que coinciden con nuestras creencias previas tienen un camino libre hacia la credibilidad automática debido a que nunca antes habían tenido un ecosistema tan eficiente, veloz y emocionalmente explosivo como el que les ofrecen hoy las redes sociales. 

Ahora, con la irrupción de la inteligencia artificial generativa, el panorama se torna aún más complejo. Modelos capaces de crear imágenes hiperrealistas, audios falsificados y textos perfectamente coherentes están borrando las fronteras entre lo auténtico y lo fabricado. Ya no se trata solo de manipular información existente, sino de inventar realidades completas con un grado de detalle capaz de engañar incluso a ojos entrenados. El deepfake deja de ser una rareza tecnológica para convertirse en una herramienta accesible que cualquiera puede usar con fines cuestionables.

La amenaza ya no solo proviene de actores malintencionados, sino también del usuario común, que sin intención de hacer daño, puede contribuir a propagar falsedades con solo pulsar un botón. En este contexto, la alfabetización digital crítica no es un lujo académico, sino una necesidad ciudadana urgente. Saber verificar fuentes, entender cómo funcionan los algoritmos y cuestionar lo que vemos en pantalla se convierte en el nuevo acto de resistencia frente al caos informativo.

Es importante tener en cuenta que lo que está en juego no es solo la verdad, sino nuestra capacidad colectiva para sostener una conversación basada en hechos. Si permitimos que la inteligencia artificial y la desinformación nos arrebaten esa base común, nos convertiremos en sociedades que ya no discuten ideas, sino versiones alternativas de la realidad. Y en ese escenario, la verdad no será lo primero que muera, será lo último que recordemos haber conocido.

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Helmuhd Luvin Moreno Guevara
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