Inicia la gran empresa "Magallanes - Elcano"

En la publicación anterior, terminé la Introducción, para continuar con el segundo capitulo. Lo que fue conocido como la “Armada del Moluco”, era conformada por cinco naos, la “Trinidad”, la “San Antonio”, la “Concepción”, la “Victoria” y la “Santiago”, fueron saliendo por separado a lo largo del río Guadalquivir para volver a reunirse en Sanlúcar de Barrameda, donde permanecerían hasta el 20 de septiembre, según Pigafetta (cronista, lenguaraz y sobresaliente), para terminar de ser pertrechadas las naves.

Es altamente posible que este retraso obedezca a una estrategia de Magallanes para despistar a los portugueses, de quienes sabía que podrían estar esperando a los expedicionarios para apresarlos y abortar la misión, o bien que faltara por embarcar a Juan de Cartagena como capitán de la nao “San Antonio”, nombrado por el rey de manera improvisada como “Conjunta persona y veedor general de la Armada en mención (supervisor del rey), y quien se incorporó ya en Sanlúcar llegando "en postas". Es sabido que eso de conjunta persona no es más que un apelativo simbólico para señalar que se trata de una empresa castellana, porque Cartagena no tiene experiencia alguna en el arduo oficio de la navegación. Su único mérito y principal cualificación es ser sobrino del arzobispo Fonseca de Burgos, el confesor del rey Carlos I de España.

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 Al amanecer, aprovechando una ráfaga de viento propicio que hincha las lonas (velas), zarpan las cinco naves y se despiden con una descarga de artillería. En el muelle queda una multitud haciendo señas insistentemente hasta que se disipan en el horizonte. De manera tal que salen de Sanlúcar 237 hombres, oficiales, marineros y soldados, especialistas de diversos oficios, grumetes, pajes y criados. Alcanzan Santa Cruz de Tenerife en seis días, pasando después a fondear al sur de la isla, junto a la Montaña Roja. Cargan resina, necesaria para calafatear las naves, leña y algunos víveres. Por deseo de Magallanes, embarcan cuatro hombres más como tripulantes, mientras que uno de los que venían se queda en Tenerife.

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Allí reciben la noticia de que la armada de Portugal había pasado adelante navegando hacia la India, lo que confirma que recelaban de los movimientos de Castilla. Hasta aquí tendríamos según nuestras propias cuentas una dotación total de 240 hombres.  

El primero de octubre por la noche levan anclas de nuevo y viento a un largo, lanzan rápidamente a las cinco naos hacia el mar abierto. Los marinos ocupan sus puestos en el estrecho espacio de las embarcaciones; tanto trabajando como descansando permanecen amontonados entre cajas, bultos, sacos o velas, expuestos al frio, al calor y a la humedad. No hay privacidad. Una sensación de navegar hacia la inmortalidad es compartida por las tripulaciones. Van a donde a nadie se le ha ocurrido ir.

Magallanes se niega a compartir el mando con Juan de Cartagena, y tampoco confiaba en que la gente le siguiera en tan arriesgado viaje, por lo que decide ocultar la ruta a seguir a su tripulación, contándoles que irían a la Especiería doblando el cabo de Buena Esperanza, es decir, por la ruta conocida. Navegan así junto a la costa africana en dirección al sur, hasta Sierra Leona.

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Todas las ordenes se proferían a gritos, sin posibilidad de discusión alguna, en una mezcolanza de idiomas porque surtida era la tripulación, palabras en portugués y verbos en italiano, imprecaciones en alemán, suspiros en griego. Pero, así y todo, se entendían unos a otros sin mayor dificultad, porque les iba la vida hacerlo y con el esfuerzo de sus brazos y el tesón de sus voluntades se hizo la ruta hacia las Indias Occidentales. (R. Marín)

 Llevan tres semanas de navegación en mar abierto. Hacia ningún punto cardinal se ve tierra. Una noche sin luna ni nubes, Magallanes se queda después de la última oración en la cubierta observando las estrellas en busca de Saturno. Su profesor en la Escuela de Sagres, el cosmógrafo Ruy Faleiro, le enseñó a distinguir el planeta más alto entre las constelaciones. Al otro día ordena a su piloto cambiar el rumbo hacia el suroeste, por fin hacia Brasil. Gómez (su piloto) lo mira desconcertado, pero obedece. Conoce bien al Capitán general y sabe que no tiene alternativa. Punzorol (el maestre) espera a que el capitán se retire a su camarote y sube a hablar con él, y le habla con confianza y buena voluntad.

—No entiendo ese cambio de planes. Esta no es la ruta consignada por Colón y Vespucio.

– Mire esto — le pide el capitán. Le muestra una carta de marear y le indica el lugar donde se encuentran.

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—Por estas aguas navegan nuestros enemigos portugueses. En Tenerife me enteré de que Manuel (rey de Portugal) ha enviado carabelas a interceptarnos.

—No me extraña. Lo mismo hizo Juan II con Cristóbal Colón — comenta Punzorol y se retira.

Juan de Cartagena, el capitán de la nao San Antonio, se ha dado cuenta del cambio de rumbo. Irritado e impulsivo se adelanta en una chalupa y pide hablar con Magallanes. Los marinos observan la escena desde la cubierta con curiosidad morbosa. Juan de Cartagena recién ha cumplido veinte años. Magallanes lo dobla en experiencia y edad.

—¿Por qué no me avisó del cambio de rumbo? ¡Usted tiene la obligación de consultar todo conmigo! — le grita Cartagena desde el bote. Magallanes, asomado por la borda, hace gala de tranquilidad. Le responde displicente:

—Yo no tengo que darle cuentas a nadie de mis decisiones. Si quiere suba a mi nao para leerle la parte de las capitulaciones que me da autoridad absoluta sobre esta armada.

Cartagena mira su alrededor. Advierte las miradas y contraataca:

—¡No es así! Usted tiene la obligación de consultarme. Recuerde que soy conjunta persona. Magallanes lejos de perder la compostura, le responde con voz tranquila.

—Yo no me debo a nadie más que a la Corona de Castilla. Buenos días en nombre del rey. Regresa a su camarote mientras Cartagena vuelve a la nao San Antonio entre murmullos y bastante molesto.

Continará el 24 de diciembre...

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