Santiago Valencia
Abogado, especialista en Derecho Administrativo con Maestría en Análisis Económico del Derecho, se ha desempeñado como profesor universitario, abogado litigante, consultor jurídico y en asuntos políticos y públicos, fue elegido Representante a la Cámara (2014 – 2018) y Senador (2018 – 2022), en el Congreso fue miembro de las comisiones primeras constitucionales, Presidente Comisión Primera (2019 – 2020), Presidente Comisión de Ética y Estatuto del Congresista (2020 – 2021).
Santiago Valencia

¡Inseguridad rampante!

La inseguridad en toda Colombia es cada vez peor, no solamente aquella que ejercen los grupos armados al margen de la ley, como el ELN, las BACRIM o el Clan del Golfo, que cada día tienen más poder y dinero producto del negocio del narcotráfico y de la negligencia del gobierno, que alcanza hoy cifras históricas de cultivos, producción y tráfico de estupefacientes.

El tema de inseguridad en las calles de las ciudades es cada vez más dramático, y no es un asunto de percepción, las noticias parecen una maquina del tiempo que nos retrotraen a lo más triste de nuestro pasado. Hechos como el secuestro del empresario en un centro comercial de Chía, a plena luz del día y perpetrado con delincuentes disfrazados de policías, el hurto ocurrido en el puente peatonal de la 94 con NQS en Bogotá, a una joven que con armas cortopunzantes le arrebataron su patineta eléctrica, los fleteos, los homicidios o intentos que cada día se incrementan, son las historias de la prensa, los vecinos y los amigos.

La fuerza pública se siente sola y acorralada, he preguntado a varios policías, conocidos o no, como se sienten, como entienden la realidad actual del país, la respuesta es prácticamente unánime. Cumplir con su deber se convirtió en una acción de riesgo; capturar, dar de baja, o lastimar a un delincuente durante un proceso policial puede derivar en investigaciones, sanciones, destitución o suspensión del servicio, incluso, terminar privados de la libertad, sienten que no tienen garantías ni el apoyo real del ejecutivo y en muchos casos ni de la ciudadanía.

La razones son múltiples, han visto, como en el caso del Caquetá, el gobierno no solo permitió el asesinato y secuestro de sus compañeros, sino que además después salieron a justificar las acciones de los delincuentes, el daño reputacional que ese mismo gobierno les causó, con mentiras y fines políticos durante las marchas y otros hechos, hoy pasan factura, hay una buena parte de la ciudadanía que no los respeta y agrede constantemente, todo lo anterior, sumado a procesos extremadamente garantistas que parecen proteger más a los delincuentes que a la propia policía, dejando libres a quienes con tanto esfuerzo y arriesgando su vida, capturó la fuerza pública.

Y no son solo historias que nos cuentan, ya empezamos a vivir en carne propia lo que antes parecía lejano, demostración del deterioro diario de la seguridad.

Hace pocos días, como es usual, salí temprano de mi casa a hacer ejercicio a escasas dos cuadras de mi residencia, donde se encuentra el gimnasio al que frecuento, visto ropa deportiva y unos audífonos, llevo conmigo, mi teléfono celular, una toalla y una botella de agua.

Durante el recorrido, que nunca dura más de un par de minutos me detuvo un carro, un señor de mediana edad baja su ventana y llama mi atención “disculpe señor, hágame un favor” sin acercarme y con un gesto le pregunto que necesita.

En algún momento mientras eso sucede, va pasando otro peatón a quien interrumpe de la misma manera, esta vez, se identifica como policía, muestra de forma rápida, sin posibilidad de detallar, un supuesto carné que lo identifica como tal, afirma estar investigando unos hurtos y buscando a dos hombres que portan un morral a sus espaldas.

Luego de preguntar si teníamos alguna información, y ante mi negativa, sospechando del procedimiento, intento retirarme, con agresividad, el supuesto policía me amenaza con capturarme y me hace permanecer en el lugar, ahí entendí que el otro “peatón” no actuaba tampoco de forma normal, supuestamente hizo una llamada telefónica para corroborar la identidad de los “policías” y se veía extremadamente confiado y colaborador con un proceso absolutamente irregular.

El momento más extraño es cuando el supuesto policía me exige entregarle mi celular y una cadena que siempre tengo conmigo, ante sus amenazas, le dije que aceptaba ir a una estación de policía, pero que no le entregaría mis pertenencias, ahí sube de tono y se pone mucho mas agresivo, por lo que decido irme inmediatamente del lugar, esperando que no me persiguieran, en ese momento quedó claro que no eran policías y que el peatón era su cómplice al emprender todos la huida.

Cuento esta historia para mostrar una realidad cada vez más recurrente, el aumento de la inseguridad y directamente proporcional de la imaginación de los delincuentes para hacer de las suyas. Ojalá, esta historia llegue a muchas personas para que no caigan en trampas como estas donde puedan perder sus pertenencias, ojalá el gobierno deje de proteger, promover y subsidiar delincuentes y proteja a los ciudadanos de bien.

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Santiago Valencia
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