Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Veinticinco años de chavismo

Lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Era corresponsal de Televisión Española en la región, y como tal tuve el encargo de asistir a la toma de posesión del nuevo presidente de Venezuela. Una ceremonia protocolaria más, como tantas a las que había asistido en aquella época en Centro y Sudamérica. En este caso, con el componente insólito que a veces tienen las cosas en esta región del mundo: un teniente coronel golpista había ganado a su contrincante, una ex reina de belleza. 

Pocos de quienes asistíamos a la ceremonia, por no decir nadie, podía adivinar la tragedia que se abatía sobre Venezuela ahí mismo. Me consta, eso sí, el asombro de más de una personalidad importante ante la fórmula empleada por el nuevo mandatario para jurar su cargo: “Juro delante de Dios, juro delante de la patria, juro delante de mi pueblo que sobre esta moribunda Constitución impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la república nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevo tiempos”. Y lo demás es historia.

Con Hugo Chávez llegó lo que él mismo llamó el “socialismo del siglo XXI”, y que hoy todos, a la vista de los resultados, sabemos que es una de las mayores tragedias humanas del continente. Y también una de las mayores estafas del mundo: el desfalco por corrupción está valorado en unos 400.000 millones de dólares. Según Transparencia Internacional, solo Somalia supera hoy en corrupción a Venezuela en el mundo. El chavismo, para decirlo en pocas palabras, ha convertido al país vecino en un estado paria, con el agravante de ser el territorio con las mayores reservas de petróleo de la Tierra.

Pero si la bancarrota económica es señal de identidad del chavismo, la inopia política es la otra cara de la moneda de un régimen al borde del abismo. Hoy el Estado de Derecho no existe en ese “nuevo tiempo” que anunció Chávez aquel 2 de febrero de 1999. El Parlamento y el Tribunal Supremo son apenas apéndices del poder Ejecutivo, la libertad de expresión, los partidos políticos opositores, todo cuanto conocemos para el funcionamiento normal de las instituciones democráticas, ha desaparecido. Lo estamos viendo en estos días con la inhabilitación de María Corina Machado como candidata de la oposición a las próximas elecciones presidenciales. 

Nicolás Maduro, el heredero designado por Chávez, y a quien le tocó administrar además la ruina en que dejó al país el “hijo de Bolívar”, ha endurecido los rasgos autoritarios del régimen, entre los que destaca de manera especial el amordazamiento a la prensa. Venezuela es hoy un pozo sin fondo en materia de derechos humanos, en donde el encarcelamiento y la tortura son práctica corrientes para enfrentar a los opositores del régimen. Las estadísticas conocidas hablan de un centenar y medio de presos políticos pero vaya uno a saber cuál es la realidad. 

Lo que sí resulta inocultable y que habla bien a la claras de lo que es ese modelo de alternativa de izquierda que nació hace un cuarto de siglo, es la legión de exilados que deja la revolución bolivariana: ocho millones de venezolanos han abandonado el país en la última década, un éxodo superior al que han provocado algunos de los conflictos más sangrientos que han tenido lugar otras regiones del mundo.

Con la perspectiva que da el paso del tiempo no hay que perder de vista el papel de Cuba en esta tragedia. Al llegar al poder, Hugo Chávez se echó en brazos de Fidel Castro y el líder cubano, uno de los gigantes políticos mundiales del siglo pasado, malvado pero gigante y listo como pocos, no desaprovechó aquel golpe de la fortuna. Se benefició de la generosidad de la que entonces Chávez podía presumir a cambio de exportar a Venezuela el disparate económico cubano de expropiaciones, estatización y férreos controles de precios y de cambio de divisas. Y de aquellos barros estos lodos. 

Y en la megalomanía del “comandante eterno” Chávez, que se creía la reencarnación de Bolívar, decidió exportar su revolución al continente. Compró deuda pública en el Cono Sur, regaló petróleo a Cuba y otras islas del Caribe, financió candidatos presidenciales amigos y se convirtió, con su discurso populista, en el líder del antiimperialismo. Y de paso, por cierto, pervirtió el pensamiento de Simón Bolívar que, si levantara la cabeza de la tumba, volvería a morir ante las barbaridades que se han cometido en su nombre.

Estamos conmemorando, pues, en estos días, un cuarto de siglo de una de las grandes tragedias del continente latinoamericano que, a la vista de la realidad que tenemos por delante, parece poblado por estirpes sin una “segunda oportunidad sobre la tierra”

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