Hay un personaje en la radio colombiana que predica su credo cada vez que tiene oportunidad, como una verdad revelada, y es que “a la gente hay que creerle”. No me sorprendería que alguno de los periodistas que lo rodean asuma aquella tontería. Sin embargo, estoy casi seguro de que la mayoría se mantiene callados por educación, aunque no entiendo muy bien de dónde viene la autoridad moral del predicador. Alguno tendría que decirle un día de estos que aquello no es cierto, y que si alguien debe poner en duda lo que le cuentan es precisamente un periodista.
No podemos tragar entero lo que nos cuentan y menos en estos tiempos que tanta gente miente, sobre todo en las redes sociales, y que los políticos —grandes maestros de la manipulación mediante el lenguaje— están listos para vendernos enormes pianos de cola y hacer malabares con el idioma. Cuando oigo la cantinela del montón de precandidatos a la presidencia según la cual “Colombia no puede seguir así”, me digo: “ya está, ahí viene otro vendedor de humo”.
Seguimos los medios de comunicación para defender nuestra libertad, y tenemos que estar atentos a la acción de los poderes públicos. Pero por eso mismo tenemos que saber que los medios tienen montones de recursos para manipularnos y reducir al máximo nuestra capacidad de pensar, sentir, querer y decidir por nuestra cuenta. Teóricamente vivimos en democracia pero, sin darnos cuenta podemos perder la libertad si no podemos distinguir quién manipula, por qué lo hace y qué medios utiliza.
Hay muchas señales de alarma, pero cuando usted oiga que están calificando los valores supremos, póngase en guardia: “seguridad democrática”, “justicia sin impunidad”, “verdad histórica”, “memoria democrática”. Alguien dijo, ya no recuerdo quién, que los conceptos son los peores déspotas de la humanidad; y alguien más, que las palabras son muchas veces más poderosas que las cosas y los hechos.
Se me ocurre todo eso leyendo esta semana lo que está haciendo el señor Putin en Rusia. Resulta que el mandamás nuevo zar de todas las Rusias, anuncia la creación de la “Comisión Ilustrada para la Correcta Interpretación de los Hechos Históricos”. ¡Agárrame el Martini que me caigo!
Esta admirable comisión pretende ocuparse fundamentalmente de lo ocurrido durante la Gran Guerra Patria, que es como llaman allí a la Segunda Guerra Mundial y con ella se pretende “luchar contra la falsificación de la historia”. Pero no se pierdan ustedes quiénes son los integrantes de este inefable conjunto: miembros de los ministerios del Interior y de Defensa, es decir, policías y militares; más el Servicio Federal de Seguridad, el antiguo KGB, que estoy seguro de que ustedes saben lo que es. También está ahí la Fiscalía General de Rusia y el Consejo de Seguridad Presidencial; esto último, aunque no sabe uno muy bien de qué se trata, puede adivinar fácilmente que no es precisamente un grupo de monjas ursulinas.
Confieso que he dudado un poco en contar todo esto para no dar ideas a quienes manejan el poder en Colombia. El episodio de la kermés nazi en una escuela de la Policía me da la medida del grado de ignorancia de lo que pasa en el mundo en las altas esferas del poder en este país. Y leyendo estas cosas va y se le ocurre a Iván Duque crear en Colombia el ministerio de la Verdad. Pero como estoy seguro de que ni él ni Luigi Echeverri me leen, me quedo tranquilo.
No soy ningún especialista en estas cosas claro, hablo por mera intuición. Pero hay que estar atentos, somos seres cada vez más fácilmente manipulables desde el poder; de manera sádica que no es necesariamente cruel, como suele pensarse. Desde arriba saben rebajar el rango de la gente para ejercer dominio sobre ella. Cuando no les da por acudir a la ternura: “es que tengo un corazón tan grande”. Ustedes me entienden.