Alejandro Gaviria hace un ensayo donde reflexiona acerca del problema de las drogas en Colombia. Este ensayo hace parte de su libro “Alguien tiene que llevar la contraria” (invito a leer su libro). A continuación, realizó una síntesis de su ensayo:
En junio de 1971, Richard Nixon declaró la “guerra contra las drogas”. Nixon en un famoso discurso afirmó “El consumo de drogas ha adquirido dimensiones de una emergencia nacional… El peligro no pasará con el fin de la guerra de Vietnam. Existía antes de Vietnam y existirá después”.
Nadie previó las consecuencias de las consecuencias devastadoras de una decisión política motivada por factores coyunturales, en especial la cruzada de Nixon hacia los jóvenes que se oponían a la guerra de Vietnam, muchos de ellos consumidores de marihuana y otras sustancias psicoactivas. La guerra contra las drogas se hace evidente en todos los medios de comunicación del mundo.
En particular, en Colombia desencadenó una serie de eventos que llevaron a Colombia como el principal exportador de cocaína a Estados Unidos. Paradójicamente, la guerra contra las drogas produjo un aumento considerable de cocaína en los Estados Unidos. La razón, Nixon concentró sus esfuerzos represivos en la marihuana, LSD, heroína, pero no por el de cocaína. En 1975, en un documento oficial de la Casa Blanca afirmaba sobre la cocaína: “No tiene consecuencias serias tales como el crimen, la hospitalización o la muerte”.
El consumo de la cocaína fue tolerado abiertamente por el gobierno de Nixon y por la sociedad estadounidense. A comienzos de los años setenta, la cocaína era percibida como una droga domesticada para consumidores glamurosos: hombres de Wall Street, fiestas de personas con alto poder adquisitivo, actores de Hollywood, estrellas de rock, etc. La demanda creció en medio de una aceptación generalizada por la clase alta. Los consumidores tenían poco que temer. No había castigos ni estigmas. Todo lo contrario, la cocaína era percibida como una droga glamurosa.
Mientras que la marihuana, la heroína y el LSD escaseaban en las calles gracias a la guerra contra estas, la cocaína se abría un espacio importante. La cocaína desplazó a otras sustancias psicoactivas a mediados de los años ochenta.
Al principio, los chilenos dominaron el negocio, pero su preeminencia llegó a un final abrupto con el golpe de Estado de septiembre de 1973. Los traficantes colombianos no dominaron de inmediato el mercado de exportación de cocaína. Los cubanos radicados en Estados Unidos, los argentinos y los italianos, entre otros, participaron activamente del tráfico después de la desaparición de los chilenos.
En pocos años, por razones que todavía no han sido plenamente estudiadas, los traficantes colombianos se convirtieron en los principales exportadores al mercado de Estados Unidos. Este fenómeno pudo obedecer a acontecimientos fortuitos, a un accidente histórico.
De inmediato la vida política, social y económica del país se ve afectada. El narcotráfico disparó la violencia. Produjo, en suma, un crecimiento acelerado del crimen violento, primero en algunos departamentos y más tarde en todo el país.
El narcotráfico también afectó las instituciones: infiltró a los partidos tradicionales, emprendió una guerra abierta contra el Estado y los medios de comunicación, financió a los grupos guerrilleros y paramilitares. Corrompió la justicia, la política, y muchas actividades públicas y privadas. Incluso, más de treinta años después, el poder corruptor del narcotráfico sigue vigente.
En síntesis, el narcotráfico transformó profundamente la sociedad colombiana. En palabras de la historiadora Mary Roldán, “rompió la tradición, transformó las costumbres sociales, reestructuró la moral, el pensamiento y las expectativas”. Las consecuencias todavía son visibles, hacen parte de la realidad económica, social e institucional de Colombia. Las causas incluyen una sucesión de acontecimientos complejos, imprevisibles, que comenzaron hace casi cinco décadas.
Colombia ha sufrido más que ningún otro país las consecuencias de la guerra contra las drogas. Casi cincuenta años después, puede afirmarse, que Colombia fue la principal víctima de esa guerra absurda que aún no termina.