La muerte no es solo estadística

El pasado 29 de enero, con motivo del Año Nuevo lunar en Oriente, una amiga china residente en Barcelona me llamó preocupadísima y me advirtió que por nada del mundo me fuese a acercar a personas que llegaran de China en esos días. Me explicó el peligro que suponía el virus que había aparecido en su país y me hizo una serie de advertencias que yo en ese momento agradecí, pero no me generaron alarma.

Mi amiga me contó que había hecho las mismas advertencias a sus compañeros en la empresa para la cual trabaja en Cataluña, y que se habían reído de ella. Todo cuanto les decía lo encontraban una exageración. Un cuento chino le habrá dicho más de un colega ingenioso y original.

En su delicioso castellano y con un tono de tremenda frustración, me hizo un último comentario en relación a la mascarilla o tapabocas, que es tan corriente ver por las calles de las ciudades en Oriente no necesariamente en tiempos de pandemia. “Aquí a la gente le avergüenza llevar mascarilla y ahora es absolutamente necesario”, me dijo. 

Sigo puntualmente la información de lo que ocurre en España y cuando empecé a ver la llegada del virus a Europa, la declaración de pandemia, los centenares de muertes a diario, las medidas absurdas de la administración, el caos en la compra de implementos sanitarios, la aplicación del protocolo de catástrofe: decidir a quién salvar y a quién dejar que se muera, comprendí que esa distopía que solo conocía por las novelas de ficción, saltaría el Atlántico. Y saltó.

Ya está aquí y los peores presagios se están cumpliendo. En una de las decisiones más absurdas de la administración en Colombia, se dejó abierto el aeropuerto El Dorado de Bogotá permitiendo la entrada de cientos de pasajeros portadores del virus desde Europa. Cuando se tomó la decisión de cerrarlo ya era tarde. 

No quiero decir que nadie vio lo que iba a llegar, porque mentiría.  Tanto el alcalde de Medellín, Daniel Quintero Calle, como la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, tomaron en un primer momento medidas sensatas. Quintero Calle, nada más tomar posesión en enero, previó la llegada del virus a la ciudad y aplicó unos protocolos homologables con los lugares en donde mejor se manejó el problema, y llegó incluso a tener el reconocimiento de medios como The Economist.

Hasta que el presidente Iván Duque y el gremio de comerciantes tuvieron una genialidad que no se le ocurre ni al que asó la manteca. Anunciar días de venta sin IVA para relanzar la economía del país. Todos hemos visto las imágenes de multitudes dentro de las grandes superficies en rapiña de electrodomésticos, teléfonos celulares y demás productos con rebaja de precios, el pasado 19 de junio. La prensa internacional habló con ironía de Covid Friday en Colombia, en alusión al Black Friday que llena las tiendas y supermercados una vez al año con frenéticos compradores.

El New York Times y la BBC, hablaron del asunto “¿Cuál pandemia? Los colombianos compran durante día sin IVA en medio de la cuarentena por coronavirus”, tituló el diario estadounidense. No valieron los ruegos y advertencias de médicos y sanitarios. La alcaldesa de Bogotá suplicó que no se repitiera el experimento. “Espero que el día sin IVA no se convierta en día sin vida”, dijo la señora López, mientras que Duque dijo que el país tenía que reactivarse y recuperarse; animado además por algunos medios, lo que me parece más increíble. Y la cosa se repitió el 3 de julio. 

En el momento de escribir esto, la alcaldesa de Bogotá no descarta que la ciudad vuelva a la cuarentena total, y las autoridades sanitarias afirman que se agotan las camas UCI en Medellín. Algún día habrá un estudio sobre la incidencia de tan singular iniciativa comercial en Colombia. Y quienes hayan perdido la vida contagiados durante la compra de un televisor más barato, serán solo estadística, un número nada más. 

Adenda. El número de víctimas mortales por la tragedia de Tasajera, tratada en mi última columna, ascendió de las ocho iniciales hasta las treinta y siete que se contabilizan una semana más tarde

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