Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

La rabia suele ser mal consejera

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Lo que voy a contar aquí tendrá que probarse en sede judicial. Y es posible que cuando eso suceda, como suele ocurrir con el paso paquidérmico de la justicia, hayan pasado los años y resulten unos hechos diluidos en el tiempo, y ya sean otros los protagonistas de una actividad política siempre efervescente y en constante ebullición por causas que ahora no vienen a cuento.

Se trata del caso de Pedro Sánchez, un ex jugador de baloncesto que llegó al gobierno de su país, España; y de Isabel Díaz Ayuso, una ex influencer en redes sociales que llegó al gobierno de su región, Madrid. Por región me refiero al conjunto de municipios que rodean a la capital de España y allí llaman Comunidad Autónoma.

 No es corriente que un león escoja a un gato —una gata en este caso— como rival de una contienda, pero cada uno es muy dueño de escoger con quien se pelea. Para gustos, los colores, dice el refrán popular y no tiene sentido discutirlo. Pero no deja de ser curioso que el presidente de una nación, en lugar de hacer de su némesis al jefe de la facción política que puede derrocarlo en las urnas, decida aplicar todas sus energías en atacar a quien, estando en el bando contrario, se encuentra en un rango inferior a su verdadero enemigo.

 El hecho es que durante la pandemia de la covid, Sánchez decidió hacer público los negocios de un particular con los imprescindibles tapabocas de entonces. Poquita cosa para la que estaba cayendo por aquellos días, pero luego se supo que el particular era hermano de Ayuso. La Fiscalía, tanto la europea como la Anticorrupción española, archivó el caso de la comisión de 234.000 euros cobrados por el hermano intermediario. Y Ayuso, entonces, devolvió el golpe denunciando ante la justicia a un intermediario adjunto al hombre de máxima confianza de Sánchez, que había participado en una operación similar de intermediación y ganancia de comisiones.

Este caso, en cambio, subió como la espuma, escaló hasta convertirse en el mayor escándalo político que ha habido en España en muchos años, y sus frondosas ramificaciones han llevado desde la caída de José Luis Ábalos, poderoso ministro de Obras Públicas y Secretario de Organización del partido de Sánchez, el Partido Socialista, hasta la salida a la luz de “mordidas”, encuentros galantes, cobro de comisiones en efectivo en la sede socialista y relaciones todavía opacas y que demandan aclaración, con el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela.

Por si esto fuera poco salen también a la luz los negocios de Begoña Gómez, la mujer de Sánchez, que resulta por ellos citada a declarar en sede judicial. Alguna mente brillante —quizá el propio Sánchez, eso nunca lo sabremos— decide atacar de nuevo a Ayuso, esta vez en la persona de su novio. Todo para camuflar con el interés de los medios por otro escándalo, la achantada presencia de la mujer de Sánchez en un juzgado. El palacio de la Moncloa, sede del Gobierno, enfila sus baterías contra un personaje hasta entonces desconocido en ese país, y de cuya existencia apenas se había hecho eco una revista del corazón, que pilló a la gatita de esta historia de vacaciones románticas en Ibiza con su enamorado.

Alberto González Amador, que así se llama el novio en cuestión, estaba siendo investigado por Hacienda por dos delitos fiscales y uno por falsedad documental. Este novio en problemas reconoció los delitos, se declaró culpable y ofreció pagar el dinero defraudado, y la Fiscalía se mostró dispuesta a llegar a un acuerdo. Vale la pena recordar aquí el caso de Shakira, condenada por defraudación a Hacienda en España, que aceptó pagar lo que se le reclamaba y evitar un juicio y posible condena, para decir que estos casos son más corrientes de lo que se puede pensar.

Éste era, pues, el caso de ese otro hombre de negocios cercano a la gatita Ayuso, cuando Sánchez y su entorno deciden atacar de nuevo por interpuesta persona. El odio africano que tienen por esta señora en el Partido Socialista es, como se dice en Colombia, para alquilar balcón. Y la rabia es muy mala consejera. Queriendo tapar con los problemas fiscales de su novio las vergüenzas de la mujer de Sánchez, una adjunta al jefe de gabinete del presidente le pasó esos datos a un peón del partido  para que los expusiera en el Parlamento regional. Y el hombre, que resultó ser funcionario de Hacienda y sabedor de que aquello podía ser delito, se guardó antes las espaldas.

“A ver, ¿de dónde sale esta información? ¿Por qué la tienen en la oficina del presidente? ¿Pero, qué es esta chambonada? Estos datos son confidenciales, el Estado no puede revelarlos”, será más o menos lo que le dijo a la mensajera de la Moncloa. Entonces ésta, ni corta ni perezosa, le pasó la información a un pasquín digital. Y una vez en internet, difundido el asunto en la red, en cuestión de minutos, la diligente funcionaria pone otro whatsapp al peón parlamentario de la región madrileña quien ya, “con los datos de la prensa” en la mano, le da unas cuantas bofetadas dialécticas a la gatita  Ayuso.

A ésta no le hace falta más para dejar a Sánchez casi tendido en la lona. Ahora aparecen bajo sospecha de delito por este último asunto el ex jefe de Gabinete del presidente, hoy ministro de Gobierno, Oscar López, la adjunta del señor López en su momento, el Fiscal General del Estado, desde donde parece proceder la información con la que se quiso perjudicar a Ayuso y camuflar los manejos de doña Begoña de Sánchez.

Un diario conservador madrileño, ABC, sacaba en una de sus portadas de esta semana quince rostros de personas bajo sospecha de posibles delitos vinculados a Pedro Sánchez o a su partido por causa de estos escándalos. Todo, si se va a rascar hasta encontrar el origen, por la rabia que le tienen Sánchez y su entorno a la mujer que gobierna la región madrileña. 

Alejandro Dumas padre acuñó en el siglo XIX la expresión cherchez la femme  para afirmar que la solución a ciertas incógnitas estaba casi siempre en una mujer. En la España de nuestros días, si se quiere conocer el origen de su actual pandemonio político emulando al autor de Los tres mosqueteros, bien podríamos decir “busca la gata”. En castellano, por favor, que en francés suena muy feo.

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