Cuenta alguien vinculado al gobierno que el pasado diciembre, el presidente Petro convocó un consejo de ministros y pidió a los titulares de cada cartera que llevaran a sus esposas y esposos para, al término de la reunión, realizar una celebración de fin de año. Ni una cosa ni la otra porque Petro nunca apareció - ¿otro alicoramiento?.
La misma fuente cuenta algo peor. Que el presidente tiene una poderosa aversión a su despacho y que lo suyo es andar por los caminos de Colombia y del mundo. Lo grave es que mientras impulsa su peregrinaje se acumulan y acumulan pendientes sobre su escritorio -decisiones de todo tipo, nombramientos, decretos, directivas, etcétera.
Es más que inquietante que en un momento como el actual, de tantas amenazas y desafíos, tengamos un presidente con el estilo de Petro, que, al parecer, no planifica, no organiza, no gerencia, no hace seguimiento de cada cosa, no controla. Ejercer la presidencia de la república es una tarea descomunal que exige -como decía Belisario- “ritmo paisa”. Madrugar, trabajar sin descanso y sin pausa, organizar, dar línea, evaluar resultados. Un trabajo donde además de los intrigantes y los aduladores, el alcohol y la procrastinación son los elementos más nocivos.
A Petro le gustan más los titulares que la sustancia. La espectacularidad -así sea fugaz- que la estructuración. Así ha llevado el debate publico a extravagancias como el tren Buenaventura costa atlántica, el cese al fuego bilateral con el ELN, o la construcción de la doble calzada hasta Nariño, anuncios hueros, sin sustento técnico alguno, sin consulta previa con la contraparte en el caso del ELN, sin cifras ni estudios.
Interesante ejercicio hacer lo que él parece no haber hecho, recorrer sobre el mapa el trayecto norte sur desde Buenaventura hasta el Atlántico para visualizar y entender los gigantescos obstáculos geográficos, ambientales y de orden público que supondría realizar una obra como esa. Así como analizar los antecedentes recientes que explican por qué a a estas alturas sigue pendiente la doble calzada hasta la frontera sur del país. Difícil creer que ahora la ejecute el presidente Petro en cuya alcaldía casi no logra terminar el deprimido de la calle 94 en Bogotá una obra miniatura frente a sus faraónicos proyectos de hoy.
Comenzamos uno de los períodos más críticos de la historia reciente. Para comenzar con un panorama económico nada halagador porque el mundo entra en recesión y los pronósticos de todo origen son muy negativos. Se agudizan la polarización y los enfrentamientos entre los colombianos, en buena parte por la explosiva oferta del gobierno con temas como la paz total -que irriga generosos beneficios sobre la delincuencia que ha martirizado al país-, la reforma pensional, la reforma política, y sobre todo la reforma a la salud, temas todos que pueden conducir a un estallido social no ya inducido como el que organizó Petro en 2021 sino espontáneo y de grandes consecuencias.
Siguen pendientes las tareas fundamentales de elevar la productividad de la economía, definir una política industrial y una política agrícola (seria y no basada en los 3 millones de hectáreas para minifundios), la reforma educativa para liberar al sistema de la corrupción e ineficiencia de Fecode y la reforma judicial.
Apenas cumple su primer semestre en el poder. El presidente tiene el tiempo y todas las posibilidades para asumir esos y otros retos que aparecerán en el camino. Que logre resultados depende de la concentración que ponga en el empeño y de la calidad de su gestión. Que queme rápido la fiebre de los aviones, los helicópteros, los viajes y las celebraciones y se dedique a gobernar en serio, con orden y con disciplina. Dios permita que así sea y que dentro de cuatro años entregue un país mejor y no como le sucedió en Bogotá donde después de un cuatrienio de improvisaciones entregó una ciudad semidestruida física, moral y económicamente.
