Hay muchas razones por las cuales una figura pública querría ventilar sus memorias: una, por pura vanidad; otra, para ensalzar los egos ajenos o, la tercera, por desquite. Me parece mucho que en el libro “Más allá de la familia presidencial”, (Intermedio, 128 páginas) del periodista Felipe Zuleta Lleras, hay algo de cada una de esas intenciones.
Lo compré el día después de que María Isabel Rueda entrevistó al autor en El Tiempo, movido por el morbo, cómo no, pues quería saber más de quien hace rato se declaró homosexual, algo inusual en este país de gente solapada. “Ser marica es para machos”, le dijo a la columnista.
Del libro, hay muchas frases que llaman la atención:
“De mis enfermedades mentales hablaré ampliamente más adelante”. (Página 21).
“… fui por años a donde un psiquiatra y no para curarme, sino para entender mi tardía homosexualidad. (Página 84)
“…si hubiera sabido desde joven que era marica, nunca me hubiera casado con Juanita”. (Página 85)
“He sido diagnosticado con una depresión crónica severa, que me obliga a tomar antidepresivos todos los días”. (Página 117)
Lo primero que quiero decir es que el libro viene plagado de errores de tipeo, palabras repetidas o trastocadas y signos de puntuación fuera de lugar. Se nota cierto afán de publicarlo antes de la Feria del Libro de Bogotá y, sobre todo, antes de la primera vuelta presidencial, pues uno de los dardos –más no el único- es contra Gustavo Petro. Su aversión al candidato de la Colombia Humana se vuelve tema recurrente en cada entrevista que concede para promocionar el libro, así como recurrentes son los horrores ortográficos y comentarios repetidos hasta el cansancio, como si se hubieran extinguido los correctores de estilo y los diccionarios de sinónimos.
El prólogo es de Juan Gossain, maestro de periodistas, quien fue generoso con los comentarios hacía su colega. Bueno, para eso son los amigos, ¿no? Me intriga saber si el veterano cronista y hombre de radio leyó la versión del libro con esas fallas imperdonables.
Ahora que anunció la segunda parte (la historia detrás de la historia, como la llama él) yo de Felipe Zuleta reescribiría ciertas páginas para la siguiente edición. Mejoraría la redacción y evitaría el exceso de halagos y de muletillas. “Como ya dije antes”, dice una y otra vez, como si le hablara a retrasados mentales o a niños de quinto de primaria, que tampoco son brutos. No siempre la escritura mejora con el tiempo, todo lo contrario. Tenía razón mi abuelita: Del afán no queda sino el cansancio.
El libro es número uno en ventas, pero no por su calidad literaria obviamente, sino por la morbosidad que despierta y gracias a la gran prensa, que tiene esa capacidad de volver noticia lo que muchas veces no lo es. La envidia que deben sentir tantos buenos autores con semejante (¿innecesario?) despliegue.
Falta la mano de un buen editor y la humildad del autor para dejarse corregir. Esa es de las cosas más valiosas que le debo a El Espectador, periódico al que Felipe Zuleta ingresó como columnista, (no en la época de la familia Cano), sino mucho después, fruto de su amistad con el ex ministro Rodrigo Pardo, que también se mudó de la política al periodismo y viceversa, puerta giratoria completa, algo tan normal en Colombia.
Insisto: reescribiría ciertas partes del libro con menos lambonería (del verbo lamber) para no ser tan evidente y con menos veneno para no parecer vengativo, en especial con aquellos con quienes compartió una vida y una cama.
“César entró en una celopatía aterradora. Para él, todas las personas a las que veía eran homosexuales”. (Página 104)
“César se fue temporalmente a vivir en un apartamento amoblado que yo le había conseguido, pero él por primera vez en trece años tenía que pagarse sus propios gastos”. (Página 105)
Parodiando los memes, dime que soy un mantenido sin decirme que soy un mantenido. Pues lo dice en la página 124:
“Una de las características con todas las relaciones que he tenido es que asumo el papel de papá. Eso incluye a Juanita y a César y siempre he sido así. He trabajado mucho este tema con los psiquiatras que he consultado. A eso le dicen ´Sugar daddy´, término que se refiere a los hombres mayores que se rodean de menores. A cambio de su compañía y sexualidad, los jóvenes reciben prebendas materiales o económicas. Yo no he sido la excepción. Siempre se lo he atribuido al abandono de mi padre. O, simplemente, eso funciona así en el mundo homosexual y aun, en el heterosexual”.
No se necesita ser muy sagaz para detectar la mala leche. Me pregunto qué pensarían su exesposa y su exesposo al leer esas líneas. Interesante sería escuchar sus versiones de la historia.
Sin embargo, más allá de los resentimientos que anidan en el corazón cuando el amor sale por la ventana, todo lo que uno puede hacer es agradecer los buenos momentos vividos con las ex parejas, pues es una verdad incontrovertible que del matrimonio nadie sale ileso. Así que pordebajear a la gente me parece de lo más ruin.
En cambio, debió ser más enfático en reconocer que ha sido uno de los beneficiarios por partida doble del periodismo y el poder, con cargos diplomáticos por allá y puestos en Palacio por aquí. Es decir, ha tenido el privilegio de dormir -en el buen sentido de la palabra- con el poder y la prensa al mismo tiempo, y estando en ambas orillas ha sabido sacarle punta a los apellidos y a la cuna. De hecho no se sonroja por reconocerlo: “…tengo desde chiquito alma de oligarca”. (Página 39).
Tan cierta es su afinidad con la burocracia, que a ratos este libro parece más una extensa [y aburridísima] hoja de vida de un funcionario público, salpicada del dulce sabor del chisme familiar y social, con antipatía hacía personas que aborreció (y a lo mejor lo aborrecieron también) y recargado de adulaciones (cepillar decían en mis tiempos) disfrazadas de gratitud, hacía ciertos personajes, incluidos varios ex-presidentes de la República. La Sociedad del Mutuo Elogio que llaman. Una mata que en este país crece en abundancia como la coca y la envidia.
Como divertimento, el libro está bien para quien no sabe cómo es la vida de la gente pudiente; nada del otro mundo: viven los mismos dramas de los demás solo que casi siempre con los bolsillos llenos. Contiene anécdotas y pasajes ciertamente dolorosos: la crianza sin muestras de afecto por parte de su madre, los tratos a golpes entre su padre y su madrastra, sus compañeros de universidad que militaban en el M-19, la venganza en un programa de chismes contra alguien que se dedicó a hablar mal de él y su pareja, su traba con Pacho Santos, sus dos tumores benignos, sus ideas suicidas, el temor a la muerte…
Por lo demás, el libro hace ver que todos los maricas son perversos. “La promiscuidad entre los homosexuales es aterradora. Siempre que me acostaba con alguien entregaba y exigía la prueba del VIH”. ¿Qué pensará la comunidad LGBTI de esa perla?
Muchos de los aludidos le estarán eternamente agradecidos por no haberlos nombrado… aunque siendo la clase alta bogotana un círculo tan cerrado es posible que ya las señoras hayan atado cabos en medio del té de las cinco de la tarde.
Recórcholis: El que quiera mi ejemplar, yo se lo regalo.