Estamos tan acostumbrados a la mentira, que cuando alguien dice la verdad, no le creemos. No hay nada más efectivo que un engaño. Es incluso, un método para tener bajo control toda la opinión.
La falsedad es abundante. Y no es un asunto de un solo sector, se miente hasta en las situaciones más cotidianas. Desde prometer un empleo, hasta llegar tarde o no llegar a una cita o reunión.
La gente puede creer cualquier cosa, por una razón simple: Ya no cree en nada. Y en este escenario tan dócil, los expertos de la mentira, hacen su trabajo a placer. Contrastar un dato, información, demanda mucho tiempo y desgaste. Y no hay tiempo para desenmascarar a los mentirosos.
Muchos mensajes se alteran, modifican y no se entrega el contexto necesario para que la ciudadanía reciba hechos reales. Y se logra el efecto propuesto, la condena social. Muchas personas, como dice el adagio popular, tragan entero.
Aquí se deriva una verdadera paliza en redes sociales. No son pocos los que se encargan de fomentar tendencias, que aniquilan la reputación de una entidad o una persona. Hay excepciones justificadas, por supuesto.
Es casi imposible encontrar en el mundo de las redes, un debate con un mínimo alcance racional, todo estimulado por tantas noticias falsas. El linchamiento público se ha convertido en la constante. Y en eso sí cree la ciudadanía.
Cambiar la realidad, no tiene otra calificación distinta a la manipulación. La omisión intencional de datos en el relato de un tema, contribuye de forma protagónica para mentir.
Dice el consultor político español Antoni Gutiérrez Rubí: “La gente busca certezas fáciles y rápidas, aunque sean mentiras”. Esto es verdad, pues la mentira es más rentable. Mentir es cierto.