“Las encuestas son como las morcillas: sabrosas hasta que uno sabe cómo las hacen”, dijo el doctor Álvaro Gómez Hurtado. Nada más revelador y vigente que esta afirmación hecha décadas atrás por el impunemente asesinado Gómez Hurtado,1 quién acuñara también la célebre frase “El Acuerdo sobre lo Fundamental”.
La publicación de los resultados de las encuestas durante las semanas previas a las elecciones, flaco favor le hace a la democracia. Aquellas, registran efectivamente “una foto del momento”, que en muchos casos tiene el sesgo de la perspectiva del “fotógrafo”, es decir, de la encuestadora que las realiza e incluso de quienes las pagan. Los resultados son replicados con indiscutible efectividad multiplicadora acompañados de titulares, imágenes y contenidos sugestivos que dejan en evidencia las preferencias políticas e ideológicas del medio informativo o de comunicación que terminan actuando en favor o en ataque del candidatos de sus afectos o de sus desafectos, según sea.
A riesgo de ser acusado de estar proponiendo limitaciones a la “libertad de expresión o de prensa” -lejos estoy de hacerlo-, creo firmemente que los resultados de las encuestas sobre la forma como las personas decidirán su voto resultan válidos para el uso exclusivo interno y reservado de cada campaña o candidato pero no para publicarlos y difundirlos mediáticamente además como instrumento de orientación de la “voluntad” popular. Ya la opinión pública recibe información distorsionada por cuenta de algunos influyentes y arrogantes comunicadores que trasmiten “noticias” y “datos” cargados de sus propias convicciones personales y expresiones en favor del candidato de sus afectos o en detrimento de otro que no lo es tanto.
La publicación de los resultados de las encuestas desplaza e invisibiliza la necesaria exposición, sustentación y debate público sobre las ideas y las propuestas de todos los candidatos que permiten a la vez conocer el talante de cada uno. Precisamente por eso, algunos candidatos presidenciales que lideran las encuestas y otros que vienen en sorpresivo y vertiginoso ascenso, terminan esquivando los debates, generalmente motivados por la superficialidad de sus propuestas, la imposibilidad de sustentarlas seria y directamente frente a los argumentos de sus contradictores y/o simplemente por la carencia de estas. En buena hora, no todos los candidatos.
A esos resultados de las encuestas se le ha imprimido en muchas ocasiones una connotación de “noticia” que francamente no tiene. Por esta razón, muchos desprevenidos, ingenuos y, eso sí, desinformados ciudadanos terminan definiendo su voto a partir de la superficialidad de optar por quién viene liderando las encuestas. En muchos de los casos no son las ideas y las propuestas de los candidatos la razón para la escogencia de la persona por quién se votará.
A la absurda decisión de algunos de escoger su candidato basados en la simpleza y superficialidad de optar por quién se le oponga al candidato que dice “odiar”, se suma la no menos absurda decisión de escogerlo por su ubicación en las encuestas. A propósito: ¿Cómo puede odiarse a alguien -candidato o gobernante- a quién muy probablemente ni se conoce ni se conocerá personalmente en toda la vida? Mucha mezquindad!
Sí, la falencia recae en la opinión pública, en nosotros! Por eso debe procurarse mayor educación, ilustración y formación ciudadanas, pero sobre todo una objetiva y equilibrada información de parte de los medios, que deberían darle categórica preponderancia -ojalá con equilibrio para todos los candidatos- al debate de las ideas y de las propuestas de los candidatos, por encima de la superficial publicación de los resultados de las encuestas con los perversos efectos distorsionadores que aquellos generan en la opinión pública a partir del subjetivo y sesgado manejo que se les da en la mayoría de los casos. En buena hora también, hay medios que vienen fomentando debates serios sobre los temas de fondo que requiere el país conocer para decidir, pero que lamentablemente se concentran en los candidatos que lideran las encuestas y excluyen a los otros como efectos de esas encuestas.
Al margen de lo hagan los medios, cada uno de los ciudadanos en el propósito de salvaguardar la democracia, está en capacidad y en el deber de informarse sobre las ideas y las propuestas de los candidatos, para decidir responsablemente por quién votar. Nosotros seremos quienes definamos el presente y el futuro de Colombia y, por ende, de nuestras propias familias.
1 La escueta y tardía confesión ante la JEP de Julián Gallo Cubillos, alias Carlos Antonio Lozada, exmiembro de las FARC-EP y ahora congresista del Partido Comunes, deja más incertidumbre que certeza sobre el macabro hecho. Queda un fuerte tufo a ocultamiento de los reales determinadores del magnicidio, gracias al amparo de impunidad de la Justicia Transicional en este caso. Asunto del que la “Comisión de la Verdad” pareciera también estar pasando por los laditos.