Aturdidos los hinchas de Millonarios, por la campaña del equipo. Este, bajo extrema presión, llega a sus puntos de quiebre sin atinar en las soluciones.
Ambiente que arde como consecuencia de los resultados y el rendimiento, poco acordes con los deseos de los aficionados. Por eso en la cancha se ve ansioso, impaciente, inexpresivo, sin gol.
Hoy no están la jerarquía de Román Torres, la dinámica de Robayo, ni los pases de Mayer, que valían por tres. El instinto goleador de Dayro o de Uribe. Todo es ensayos, para hablar de tiempos recientes.
Están los recuerdos de cuando se jugaba para la gente, y por la gente.
Cuando las debilidades se maquillaban con fortaleza de carácter. Cuando no eran comunes, como hoy, la desolación y el desencanto.
Hace rato en Millonarios no fluye un modelo claro de juego para atacar con acierto y reducir los riesgos defensivos.
En duda siempre las condiciones exigidas para vincular un futbolista al club. Llegan todos con ruido promocional, pero muy rápido matan el optimismo, por su inestabilidad de rendimiento.
En la cúpula no hay convicciones claras con respecto a inversión, riesgo y utilidad, ante la pasividad de los lejanos propietarios, quienes, sin sentimientos, solo piensan en sus rentas. Imposturas de sus representantes de por medio.
El hincha está en su derecho de alzar la voz. De dramatizar o no, porque los saldos futboleros son decadentes.
Millonarios juega mal, no hace goles, tiene fallas tácticas por desatención, falta de trabajo y por carencias técnicas; actúa sin ideas en la cancha y sin fiereza competitiva. Al punto de que no sabe si las soluciones esperadas deben ser futboleras o mentales.